FRAGMENTOS – CIX
Una maraña de setos y espinillos me espera del otro lado, pero sé que no me dañarán, entre ellos encontraré algo bueno para mí, tal vez unas dulces grosellas, unas moras jugosas, o alguna flor de las que empiezan a salir entre tanta oscuridad y tinieblas. Junto agua del arroyo, y la bebo, es fresca, cristalina, también el agua empieza a ser limpia y agradable, no más turbia, no más revuelta. Algunos peces, pequeños aún, empiezan a moverse corriente arriba, la vida va desarrollándose de nuevo.
Es un día de campo para mí, comí tomates de una planta y ahora tengo el postre de estas grosellas del matorral, a la vera del agua, festejo la vida y refuerzo mi fe en el mañana con tanta naturaleza, con tanta belleza. Hace días que no tengo pesadillas, de todas maneras sigo pensando que todo es un sueño, pero debo confiar en seguir mi rol en este juego, si todo responde al Universo, mi papel en él, por humilde que sea, tan bien debe responder a sus designios.
Huelo un agradable sahumerio de la India, un Nag Champa, el mismo que aprendía tomar por el olor de Dios, el aroma de lo divino, de lo trascendente, sé que es mi imaginación o un regalo del Cielo, en medio de la nada no creo que sea posible encontrarme con ese amado perfume. Pero sí, lo sigo oliendo, casi en puntillas me dirijo hacia donde creo que viene la fuente de ese aroma, y a los pocos metros encuentro una pequeña construcción redonda, como si sólo pudiera albergar a dos o tres personas a la vez y, dentro, un santuario con flores, imágenes sagradas de varias religiones y creencias, y un sahumerio a medio andar. La casita es un lugar de meditación, decorado con austeridad y buen gusto, y con sólo entrar en ella ya se vive un clima de paz y armonía extremadamente agradable. Hace meses que no me encuentro en un ambiente tan maravilloso. Sin dudarlo, me siento en posición de loto, y hago mis oraciones, las mismas que me han acompañado día tras día, con renovada devoción.
No ha pasado mucho desde que he sentido una presencia en el lugar, lejos de sobresaltarme o ponerme en guardia hacia ella, me levanto delicadamente y dándome vuelta me enfrento a ella. Es un hombre algo mayor que yo, con barba y pelo largo de color blanco, viste unos pantalones y camisa blanca y, apenas, un liviano abrigo del mismo tono. Si mirada me hace acordar al sol poniéndose, con la calidez del día pasado y la esperanza de un mañana mejor, lo saludo, con una pequeña reverencia que él me devuelve y nos sentamos frente a frente a charlar.
Me cuenta que vive en comunidad muy cerca de allí, que tienen ese lugar especial para la meditación y la introspección de cada uno, que soy bienvenido y que reciba sus bendiciones. Por un momento me siento en casa, como si hubiese arribado en mi hogar de niño, en la calidez de los afectos y la protección de los mayores. Todos en ese lugar son felices, no temen por el mañana ni reprochan los malos momentos que nos trajeron las catástrofes pasadas.
Vivo una semana completa con ellos, como, comparto en trabajo diario y las charlas, y bebo de la luz de cada ellos de manera que puedo seguir mi camino sabiendo que no todo está perdido y ya prenden los retoños de un nuevo mundo.
Llevo en mi cuello un pequeña cruz tallada que me colgaron los amigos en recuerdo de mi paso por su comunidad, les dejo mis bendiciones y buenos deseos, y les hago un mapa de dónde se encuentra mi refugio por que necesitan moverse más al oeste. Ya lejos del lugar todavía siento sus abrazos de despedida como un poncho calentito que cubre mi alma. Siento el amor, siento el Universo, y sé que hay esperanza en el mundo. Doy gracias.