FRAGMENTOS – IX
Hay un olor típico de hospital, mezclado con ese olor a sopa recalentada. Cada cosa que vivo no la vivo, es mentira, es sólo un ensueño, no sé si recibo drogas o anestésicos, pero hay algo que me impide percibir la realidad. Cuando sueño vivo, creo que es real porque es la única vida que tengo, no hay otra forma de comunicarme con nadie ni con nada, sino en sueños.
¿En qué año estaré? ¿Dónde estoy? ni siquiera recuerdo haber llegado al hospital, ni por qué. Nadie viene a visitarme, estoy solo, a veces ni siquiera veo a la enfermera que viene a moverme un poco. Y ella debe pensar, siempre, que no la veo, me trata como a un gran muñeco que debe rotar su posición en la cama, a veces siento placer cuando me lavan con unas grandes gasas mojadas y me acaricia en cada pasada. Siento una especie de cariño por ella, es la única persona que veo con regularidad, jamás una palabra, jamás nada, ella no sabe que puedo verla, sentirla, coy un vegetal, y mis gritos quedan ahogados en mi garganta casi como si nunca hubiese aprendido a hablar.
Siento la fragilidad de mi cuerpo, el poco peso, lo poco que de él queda echado en esa cama. Cuando sueño no soy así, puedo acariciar mis músculos y sentir la fuerza en mis brazos y piernas, corro, lloro, hago el amor o como con satisfacción como su pudiese hacerlo de verdad. Tal vez no sueñe, sino que invente fantasías que me permitan pensar que todavía vale la pena vivir.
A veces me despiertan las sirenas de las ambulancias o el silbato de un tren que, a lo lejos, me hace soñar con viajes y bienvenidas. El techo está pintado de blanco, una mancha de humedad, pequeña, tiene el contorno de África y en ella me concentro antes de quedar dormido. Estoy en África, limpio las moscas de los oídos de un chiquito desnutrido y trato de darle de comer en pequeños bocados, una mezcla de puré fortificado que no sabe cómo tragar. El dolor de todo el continente africano, desde este niño, se hace un grito que debería aterrar al mundo entero, pero no, el mundo no hace caso a este lamento, ve a un niño como éste unos segundos en un televisor y hasta se apena por ello, pero sigue enviando mensajes en su teléfono o tomando su batido de frutas.
Mucho del dolor no es ajeno, porque simplemente no queremos que nos toque, no lo soportamos y es preferible mirar hacia otro lado. El dolor de un chico, de un anciano comiendo en la basura, de una familia muerta bajo los escombros de su propia casa, todo ese dolor cada día es más obvio, más cercado, y es todo un esfuerzo escapar a él. Todos miramos para otro lado, sólo unos pocos se detienen y dan, y no se trata de dinero, a veces una simple caricia, una sonrisa, salva una vida.
La sonrisa de la enfermera, a este cuerpo en coma, es el sol de cada amanecer, cuando no viene tengo un día nublado, triste, peor que los demás.
Estoy en coma. Tal vez no, tal vez estoy soñando, que estoy soñando mientras estoy en coma, o ¿habré muerto? O estoy a punto de volver a un cuerpo y renacer, a veces pienso que estoy fuera de un cuerpo, que soy solamente un espíritu que espía el mundo.
Estoy en coma, o no.
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