FRAGMENTO - LXI
Me encontré unos anteojos para sol nuevos, grandes, especiales para cubrir mis ojos y parte de mi cara, las viejas gafas ya estaban rotas y poco cubrían. El sol, después de los sismos, ya no fue el mismo, se intensificó de una manera geométrica. Vivo arropado con una y diez capas de ropa, cubriendo todo mi piel, nada expuesto, y así y todo, sigo descubriéndome quemaduras en cuanto me desnudo y exploro mi cuerpo.
También la falta de agua tiene que ver con ese calor imposible, la tierra se cuartea, y los pozos se secan. El agua es unos de los bienes más preciados en estos tiempos, la atesoro como a mi vida misma, sin ella no podría vivir otro día. La comida es un problema pero hay muchos lugares abandonas, si bien las latas van a llegar a su vencimiento en pocos meses, todavía se puede conseguir bastantes. No me atrevo a comer cosas frescas, arrancarlas de los árboles y muchas de ellas están calcinadas. No sé su algo habrá cambiado, a veces pienso que sería bueno tener un perro que me despierte ante el peligro o pruebe nueva comida en mi lugar.
Poco puedo dormir, el miedo me tensa de una manera que las pocas horas que paso tendido en algún rincón, me cobran el dolor de huesos y músculos al despertar. Me pica la cara, no logro acostumbrarme a la barba, pero no puedo volver a afeitarme, a penas logro bañarme o lavarme, sin pensar en el derroche de agua.
Cambié tres, cuatro veces de vehículo, lo mejor fue una motocicleta de gran cilindrada que apenas hacia ruido, pero la perdí en una emboscada que me hicieron en una ruta que parecía desierta. No recuerdo qué pasó exactamente, pero de repente me encontré tirado en la cuneta con el caño de escape de la moto quemándome la pierna. Pasó un rato entre que me saqué la moto de encima y apareció el primer atacante, seguro que estaban esperando en la oscuridad cuál sería mi reacción antes de lanzarse sobre mí.
El disparo de la escopeta le dio en pleno pecho y saltó hacia atrás desapareciendo como un títere al que le habían jalado de las cuerdas. Luego de eso sentí un rumos, una charla de varios, al otro lado de la ruta y decidí arrastrarme por la cuneta, y abandonar el lugar sin tener que volver a enfrentarme a alguien más.
Me refugié en una alcantarilla que no estaba a más de medio kilómetro del lugar del ataque, y antes del amanecer empecé a caminar guardando las precauciones del caso. Recién al anochecer llegué a una estación de servicio abandonada y pude pasar la noche bajo techo.
La llegada de un vehículo me despertó, a penas pude ocultarme cuando alguien entró al lugar. Era un hombre, ni joven ni viejo, sucio, mal vestido, con un viejo revolver en su mano, que avanzaba temblando, fue un segundo lo que costó apuntarle la escopeta en la cabeza y desarmarlo, no sé por qué no le disparé, tal, con el rabo del ojo ya había logrado ver los tres niños y la mujer que lo aguardaban en el camión en que habían llegado.
Nunca me arrepentiré de respetar una vida, aunque cada vez se hace más difícil lograr hablar con alguien antes de que a uno le disparen. Los Fernández, huían hacia el oeste, tratando de buscar un camino que los llevara lejos, a la finca de sus tíos en Mendoza. Viajé con ellos por dos días, y cuando encontré un nuevo vehículo, me despedí.
Fue bueno compartir un tiempo con otros seres humanos, aunque también tuve el sentimiento de que no eran mis seres queridos, a quienes tal vez jamás volvería a ver. Me duermo. ¿Habré soñado?
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