jueves, 11 de febrero de 2010

FRAGMENTOS – XCV

Estoy en una ciudad bastante grande, llego a una especie de supermercado o shopping, y el saqueo ha hecho su labor, poco o nada queda y de lo que hay la mayoría está roto. Duermo debajo de un mostrador, abrigado, con varias mantas sobre mí, y despierto de improviso, un fuerte ruido me dio el sobresalto suficiente para abandonar mis dulces sueños. A poco más de veinte metros tres hombres armados charlan a los gritos, discutiendo las estrategias para sobrevivir y lograrlo asesinando a quien se ponga en su camino. Va a ser difícil abandonar el lugar sin que adviertan mi presencia.

Reptando, abandono el sector y me acerco a un sitio de vendían artículos de limpieza. Tomo de mi mochila una pistola calibre 22 que tiene el caño descubierto, y fabrico un silenciador con un cartucho de talco, rellenándolo con virulana, meto en él el caño y lo aseguro como puedo con una cinta adhesiva. Sé que si le disparo a algunos de los hombres, estaría dándole la advertencia a los demás. No sé si son sólo esos tres que llegué a ver.

Sigo de rodillas, escudándome entre mostradores y exhibidores caídos. Al cabo de media hora, me sitúo a metros de la escalera del segundo piso, donde me encuentro, y debo tomar la decisión de bajar o permanecer en el lugar. Oscurece. Escucho conversaciones en la planta baja.

Me asomo por el barandal y veo como tienen a una pareja de jóvenes atados y en el piso, golpeándolos. Sin advertirlo engancho un perchero con mi pierna y lo hago caer, atrayendo la atención del grupo. Dos de ellos, suben las escaleras, uno hasta el primer piso y el otro, directamente, hacia donde me encuentro. Retrocedo, entro en un sitio de venta de ropa y me siento en el piso de un vestidor, espero. El hombre que me busca, hace demasiado ruido, siempre tengo idea de dónde está, y así comprendo que viene hacia mí. Estoy cubierto por una montaña de ropa, apenad dejo al descubierto mis ojos, y algo más abajo, el tubo de cartón que esconde mi pistola.

Abre las puertas y se queda mirándome, sin verme. Más o menos la bala le entra en el esternón y cae de rodillas, sobre mí. Lo aparto, tomos sus armas, y me dirijo hacia la escalera. Siento como el hombre del primer piso, sube las escaleras. Por poco quedo a su merced. Me agacho y logro mimetizarme entre un montón de cajas. Pasa junto a mí y antes de que lo advierta, me paro detrás suyo y le meto una bala en su nuca. Cae pesadamente. Reviso sus ropas, los despojo del arma y de algunas otras cosas, y pienso cómo llegar a la planta baja.

Disfrazado con el gran abrigo del primer muerto, bajo las escaleras directamente hacia el hombre que retiene a la pareja. Llevo una gran caja frente a mí para que no pueda ver mi rostro, debajo, mi pistola, con un silenciador que ya no resiste mucho más, quemado por los dos disparos, apenas se mantiene en el caño de mi arma.

Cuando estoy a tres pasos de él, lo encañono con el arma y él sólo atina a apuntar su escopeta a la cabeza de la joven que tiene a sus pies. Me amenaza, me ordena que baje mi arma, que va a matar a los dos rehenes. Veo sus ojos vidriosos y advierto que se ha dado un festín de alcohol. Lo dejo hablar, y le panto una bala de la frente. Como en cámara lenta cae sobre los jóvenes al tiempo que su escopeta se dispara hacia cualquier lado. Los muchachos, aterrados, me dan las gracias y quedan libres para ir donde quieran. Me voy, los dejo, pensando qué hacer. Fue toda una pesadilla. Nunca había tenido tanto miedo. Tiemblo, y camino hacia mi destino, con mayor decisión.

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