FRAGMENTOS – CXXV
Si bien no llenamos los ochenta colchones en un solo día, la primera ola de gente, nueve familias, ya eran 24 personas, entre mayores y chicos. No fue fácil convencerlos que lo nuestro no era asesinarlos, robarlos o tomarlos por esclavos. Hablamos con ellos desde la caída del sol del día anterior hasta bien entrada la mañana del día de hoy. Muchos de ellos se rindieron a nuestros argumentos, no porque logramos convencerlos sino porque ya no aguantaban más tanta angustia. Tal vez, pensaban que de todos modos los íbamos a matar pero igual prefirieron deponer sus armas.
Cuando todos se bañaron y cambiaron sus harapos por ropa limpia que les dimos, pudimos organizar un desayuno-almuerzo, y seguimos explicándoles de qué se trataba nuestro lugar.
Por años, soñamos con tener un refugio para la época de las catástrofes, muchos de nosotros crecimos con la amenaza de una guerra nuclear inminente, y desde allí fuimos madurando la idea del refugio. Lo más complicado sería la convivencia, restablecer una solidaridad entre gente absolutamente desconocida, que había vivido en una sociedad que daba la espalda a la solidaridad.
Cuando llegue a encontrarme con mi familia, ya hace tres meses, no podía creer que había logrado llegar a nuestra finca en la montaña. Los que ya estaban allí habían hecho los deberes como correspondía y las alacenas, los talleres, todo estaba como debía ser. Por años habíamos guardado comida, armas, combustible, pensando en estos tiempos. La energía eólica y solar, el agua potable, la comida, todo había sido previsto para ser autosuficientes. Si bien pensamos en cuidarnos nosotros mismos, la familia y los amigos que sabían del lugar, también éramos conscientes que recibiríamos mucha gente que ambularía sin saber dónde ir.
Ya para la noche la mayoría estaba distendida y sabía de nuestras buenas intenciones. Repartimos tareas para todos los mayores y entre el grupo, ganamos dos carpinteros, un herrero y una enfermera. La colonia crecía, los niños tenían con quien estudiar, los ancianos tenían a quien cuidar y todos sabíamos que solos no podríamos subsistir, estábamos recreando las primeras aldeas de la antigüedad, nos reuníamos para defendernos de los demás, para sobrevivir.
No estaba soñando, había podido ver con mis ojos lo que tanto había soñado, lo que había construido gracias a la gente que confió en mi visión. Dios no nos había abandonado, una nueva humanidad, se podía construir desde la solidaridad,
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