domingo, 7 de febrero de 2010

FRAGMENTOS - XLIV

FRAGMENTOS – XLIV

La celda tiene un filtración de agua, estoy mojado, casi cinco centímetros de altura tiene la inundación del lugar, el colchón es una asquerosa esponja que apenas me sirve para no estar totalmente empapado. Todavía me duelen las muñecas por las esposas y el viaje tan largo que hice con ellas. No he podido comer, una mezcla de asco y rencor me impidió aceptar la comida que me ofrecieron los policías.

La humillación sufrida es mayor al dolor mismo. Mi alma está dolida, no importa las heridas del cuerpo. Cuando uno es apresado lo primero que pierde es así mismo, como si pasara a ser un número, un paquete archivado en algún lugar oscuro del que pronto todos se olvidarían.

No existe consuelo para el preso, con la libertad se pierde el sentido de la vida y hay que construir un nuevo mundo desde la nada. Mentirnos, reconvertirnos, volvernos un nuevo personaje en esa nueva obra de teatro, con una máscara tan fuerte que sea capaz de ocultar el dolor para que los otros no huelan el miedo, y no nos devoren.

No hay nadie fuerte dentro de una prisión, solamente lágrimas contenidas, y ese insoportable olor a orines, miedo y adrenalina. Todo es pegajoso, desagradable, no hay pared o reja que no transpire ese mismo olor de cárcel, todo está contaminado con la misma tensión, el aire es irrespirable, los ojos se mueven de un lado para otro esperando el ataque o el desprecio.

Allí estoy, detrás de una y cien rejas, como un ladrillo en la pared, aferrado a un destino de quietud en un muro que me contiene a fuerza de golpes y humillaciones. No todos los golpes los recibe el cuerpo, los peores, los más crueles sólo se reciben con el alma. No puedo quitarme las cadenas por más que me sacuda, cada esfuerzo es inútil y hace que las esposas se aprieten aún más. Me molesta ese extraño que no puedo quitarme de al lado, esa obligada compañía con gente que jamás vi, con quienes no elegí compartir la vida y mucho menos ese infierno. No hay privacidad, ni siquiera un rincón seguro para llorar sin disimulos.

Me despierto y todo lo que soñé ya no me sirve, por hermoso que haya sido se desvanece por esa realidad de rejas y muros. Tal vez sea el sueño el único momento de libertad, aprieto mis ojos quiero volver a dormirme, pero esa cumbia que suena muy fuerte en todo el pabellón, me dice que será imposible, que tendré que tensar mis músculos y pelear otro día en la jungla tratando de no ser devorado.

Otro día, no sé si podré soportarlo, otro día se hace una hazaña simplemente tratar de imaginarse que termine bien. Prefiero el sueño, a veces justifico toda esa droga que hay a mi alrededor, tal vez los sabios son los que logran escaparse de la realidad drogándose, tal vez los que mueren son los únicos capaces de lograr la libertad, pero aquí estoy, lúcido, con la espalda contra la pared, preparado para sobrevivir otro día, tal vez, tal vez, tal vez lo logre.

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