viernes, 12 de febrero de 2010

FRAGMENTOS – CXVI

FRAGMENTOS – CXVI

Encontré la sala de emergencias bastante bien, habíamos construido un quirófano, y teníamos un salón con cuatro camas y dos consultorios. El equipo de rayos equis era portátil, pensado tanto para sacar una radiografía pequeña, como de la dentadura, como hacerla funcionar en áreas mayores. Junto a la biblioteca, la imprenta y los talleres, eran toda la tecnología que nos podíamos permitir. La Colonia, debía proveer servicio médico a quien llegara, pero no teníamos médico, aún no. Siempre pensé en reclutar a alguien, pero era muy difícil hablar del apocalipsis y resultar creíble, cuando de tanto escuchar sobre catástrofes ya nadie creía en ellas. Muchas de nuestras habilidades curativas se reducían al conocimiento de medicina natural, manejo de hierbas curativas y prácticas de prevención, pero sabíamos que eso no bastaba.

No pudimos hacerlo mejor. Fue mucho el dinero y esfuerzo que costó montar la Colonia, y más cuando nadie creía que era necesaria. Ahora, los que a ella habían llegado estimaban sus bondades como estimaban su vida misma, sabían que sin ella no vivirían mucho más; y los que no habían llegado, pero tenían conocimiento de ella, debían estar viniendo hacia aquí, como un barco averiado que busca desesperadamente el puerto seguro.

Cuando se vino sabiendo de los primeros sismos, se logró trasladar la ferretería que teníamos en el pueblo, a la Colonia. Ahora teníamos herramientas de sobra, pero no sabíamos qué pasaría en el futuro. También contábamos con una rudimentaria farmacia, pero no era lo suficientemente vasta para que durara para siempre. Había muchas cosas que no logramos terminar, muchas cosas que nos faltaban de esas primeras listas que hicimos cuando empezamos a soñar en fundar este refugio, pero estaba en pie, y con el tiempo se iría mejorando, como se mejora todo lo que se amasa con amor.

La Colonia funcionaba, a mi llegada, con algo menos de treinta personas, pero estaba proyectada para poder albergar a doscientas. Estimábamos que los amigos y familiares que todavía no habían llegado, serían unos cuarenta, pero teníamos que abrirla todo aquél que quiera refugiarse y vivir entre hombres, como hombres.

La ira de los primeros días no se apagaría fácilmente, seguirían las bandas de asesinos, saqueadores y muchos se aprovecharían de los débiles, pero nosotros habíamos vivido para construir una nueva sociedad, la Colonia, era la muestra de ello.

Junto a la imprenta teníamos un aula pequeña, como de treinta plazas, que serviría de escuela y entrenamiento para los niños y los adultos que se formarían en el nuevo modo de vida. Para las reuniones mayores contábamos con una gran salón, un enorme galpón que se podía transformar rápidamente en dormitorio colectivo o en lo que hiciera falta.

No era poco lo que habíamos hecho para fundar la Colonia, muchos habíamos vendido todo lo que teníamos, otros ayudaron con sus brazos a construir cada uno de los módulos del lugar. Lo que empezó con un sueño de dos personas, se convirtió en la esperanza de muchos, y todos pusieron lo suyo para hacerlo posible. No era un sueño, era toda una realidad.

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