domingo, 7 de febrero de 2010

FRAGMENTOS - XXI

FRAGMENTOS – XXI

No sé por qué no puedo ver a nadie, la calle está desierta y sin embargo percibo que hay persona a mí alrededor como si sólo sus almas transitaran por ellas, como hálitos, como alientos que pasan sin rozarse, las vibraciones de cada uno me llegan, algunos sonríen, otros se sienten indiferentes, preocupados, distantes a la hora de cruzarse conmigo. Es un día hermoso y allá lejos, en la plaza veo una hermosa madre jugando con su hijo pequeño, allí están, en alma y cuerpo. No debe tener más de treinta años y su hijo tres o cuatro. Sus risas no dejan que las hojas de los árboles toque la tierra sin que se den vuelta para mirarlos en su alegría.

Recuerdo mis días de niño, de la mano con mi madre, por la calle, agitados por la premura de un trámite a realizar o un mandado de último momento. Recuerdo el olor de su comida, la melodía de su charla enredada en sonrisas, sus ganas de vivir y su empeño por cuidarme. Como esa joven de la plaza, mi madre fue la alegría de un ser que elegí como puerta para venir a este mundo. Un día se fue, pero la siento presente, como sólo puede sentirse presente la nave madre que nos depositó en este planeta o el barco que no llevó hasta esa playa. Como si todavía podría tomarlo, volver atrás, irme, con sólo alcanzarla. Desde su muerte, siempre me pareció que me esperaba, que ella estaría allí para recibirme.

La chica de la plaza tiene a su hijo en brazos, lo llena de besos, lo aprieta con la fuerza de una ternura inmensa. Varias palomas vuelan a su alrededor, casi como bailando en la misa frecuencia de su alegría, casi como acompañando casa giro del trompo en que se ha convertido para danzar con su niño.

Hay olor a garrapiñada, a manzanitas acarameladas, a algodones de azúcar, un barquillero hace sonar su flauta y empieza a aparecer la gente, como si esas almas volvieran a su cuerpo. Toda la plaza se llenó de gente y por un instante todos son felices. La alegría de una sola madre con su hijo, trajo todo esto. Ellos despertaron a los indiferentes, a los apurados, y ahora todos son felices.

Yo también. Lloro de alegría, de pensar en esa calesita cerca de mi casa, donde mi madre me llevaba. De cuando me curaba las rodillas lastimadas después de las caídas, o de cuando me ayudaba a guardar la bicicleta cuando ya, agotado de tanto jugar, no podía con ella.

El brillo de un alma me roza, tal vez sea mi madre, el olor de su comida me llega mi profundamente, como si quiera corporizarse con él, trayéndome el cuerpo amado de mi madre hasta mis brazos. Ese perfume de mis días pasados, mezcla de salsas y risas, son el brillo de esa alma que ahora me envuelve confundiendo su brillo con el mío. Por un instante supe que todas las almas siguen aquí.

No estoy muerto, creo que los demás me ven y que vivo en este momento en este planeta, pero no lo sé, quizás sea otra alma buscando mezclarme con los seres amados de todos los tiempos.

Estoy dormido, me despierto y entiendo que todo fue un sueño, pero no, solamente fue un cabeceo de siesta en el banco de una plaza, entre las sombras de los árboles queme acunaron por un segundo, allí siguen la joven señora y su hijo. Tengo esperanzas, la vida es hermosa. Hoy.


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