jueves, 11 de febrero de 2010

FRAGMENTOS – CXVI

A poco de andar me alcanza los jóvenes que salvé en shopping de aquél pueblo, Vienen en una camioneta doble cabina, repleta de cosas, esa misma imagen debe haber despertado la codicia de los asaltantes. Me preguntan hacia dónde voy y me ofrecen llevarme algunos kilómetros con ellos, acepto.

Pienso en todos los que deben estar en camino hacia una nueva vida, muchos como yo, están en la ruta de un nuevo amanecer o una muerte. Pienso en esta pareja y su futuro, me imagino que alcanzarán llegar al sitio donde los espera su familia, y si mañana tendrán el tiempo y las ganas de formar su propia familia. Son jóvenes, sus rostros muestran el terror por lo que han pasado y eso los ha madurado. Aprovecho el tiempo para darle consejos sobre su seguridad, si bien tenían armas con ellos, les di parte de lo que les quité a sus captores, como para reforzar sus posibilidades. Están a trescientos kilómetros del campo donde piensan refugiarse, u a sesenta del desvío donde deberé abandonarlos para seguir mi camino.

En plena ruta, vemos un puente donde hay una barricada, paramos a un costado y, subido sobre el techo de la camioneta, miro con mis binoculares la emboscada. Son seis o siete personas, armados, con cara de desesperación. No sé cómo tomar otro camino y creo que la mejor opción será enfrentarlos. Sigo por la banquina a pie, con mi mejor escopeta en las manos, y dos botellas de cócteles molotov, cuando logre arrojárselas, esa será la señal para que mis amigos pasen con su vehículo a toda velocidad, la valla.

La primera bomba lograr encender el tractor que tiene cruzado en la ruta, la segunda, se desparrama un poco detrás del grupo, encendiendo el pavimento mismo. Disparo, sin ánimo de acertarle a persona humana y las personas huyen hacia el terraplén de la derecha, casi pasan frente a mí, pero no me ven, aterrorizados, siguen corriendo. Alcanzo a los jóvenes unos metros después de la barricada y seguimos nuestro camino. Es bueno no haber matado a nadie, tal vez éste sea un día mejor.

En un bosque, acampamos, tratando de no transitar en la noche, seguramente habría otras emboscadas y no eran tiempos de desafiar nuestra suerte. Comimos, charlamos, reímos, y hasta tomamos un buen café, calentado con la electricidad del vehículo. Debo hacerme de una camioneta, estaría mucho mejor si no sigo caminando y tengo un refugio donde guarecerme. Llevo demasiada carga para mis espaldas, dos mochilas, son algo que no podré mantener a fuerza de mis piernas. El shopping me ha provisto de muchas cosas, baterías, abrigos, cremas para el cuerpo, y hasta una edición de El Quijote, que prometo leer en mis momentos de soledad.

Mis libros más amados deben estar a buen resguardo en mi refugio. Ese campo, es mi meca, la posibilidad de una nueva vida, en un nuevo mundo, en un planeta que ya nunca más será lo que era.

Herida, la Tierra, nos devuelve en cataclismos, siglos de maltrato. Los hombres, seguimos siendo depredadores. Pienso en los hombres que he matado, en sus familias, pero en lo que más pienso es en mi familia, en mis seres amados, y en mi encuentro con ellos. Seguramente lo lograré, no es un sueño, es una promesa a la vida, la fe en Dios, en los hombres, en mí.

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