FRAGMENTOS – VIII
Cuántas veces he hecho el esfuerzo de creer en alguna persona que sabía que me iba a defraudar, y me defraudó. No era para mí sencillo predicar en favor de la solidaridad y el amor al prójimo, mi inocencia o mi falta de criterio, de una candidez impropia de un adulto, me dieron muchas pruebas de todo lo que me equivocaba, pero ahora, en el fin del mundo tal como lo conocimos, en el umbral de un nuevo mundo ya pronto a venir, sabía que debía afinar mi ingenio, porque el único camino para atravesar esa puerta era el amor, a los otros a los prójimos-próximos y a los no tan próximos.
Camino por una calle llena de gente, personas preocupadas por las cuentas pagar o por comprarse un nuevo televisor de plasma, preocupadas por el qué dirán o por quedar bien con todo el mundo. Estas personas no tienen conciencia de que todo eso desaparecerá en un instante, cuando la primera catástrofe sobrepase la capacidad limitada de superarla, ya no habrá electricidad, ni televisión, ni internet, ni trabajos, ni cines, ni shoppings, ni nada. Todo acabará como empezó, y empezará como ya empezó en otros tiempos de la humanidad… el hombre despojado de todo, confiado solamente en su astucia, sus instintos, y la fuerza de sus piernas y brazos. Ya no habrá tarjetas magnéticas que nos digan quiénes somos, cuánto ganamos o qué bienes poseemos, solamente nuestro apretón de manos, nuestra mirada franca nos podrán dar el crédito entre hombres, en un mundo nuevo.
De poco valdrán los títulos académicos o nobiliarios, las cuentas corrientes o el status social, solamente el hombre comerá de lo que coseche con sus manos y podrá formar alianzas en base a su lealtad e integridad personal. Ya no más referencias bancarias, ni fraudes escondidos en antecedentes fabricados. Seremos lo que ven en nosotros, cada día, a cada hora, sin hipocresías, con nuestras lágrimas y penas, con nuestras alegrías y anhelos.
Los hombres estaremos desnudos antes los ojos del otro, nada podrá fingirse ni taparse con dinero, y al no existir la hipocresía, no tendremos más remedio que confiar en el otro, apoyarnos en el otro, tal como debió ser siempre. Cuando más nos apartamos de los demás, más fácil nos resultó ignorarlos, si cruzábamos a un mendigo o cambiábamos de vereda o el dábamos una moneda sin mirarlo siquiera. Cuando alguien perdía su trabajo o su casa, era más fácil quitarlo de la agenda que preocuparse por su futuro.
Pronto, todos estaremos en igualdad de condiciones, no habrá electricidad para usar nuestros teléfonos, ni combustible para nuestros autos, de a pie, todos seremos iguales, quien no trabaje no comerá, quien no ayude no será ayudado.
Ya llega el cambio, este mundo depredado por el hombre, se sacudirá a gran parte de nosotros, y los que queden deberán aprender la lección y caminar de la mano, unos con otros. Seremos, por fin, hermanos o no seremos nada.
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