FRAGMENTOS – XCII
Suena Leonard Cohen cantando “Winter Lady” … She used to wear her hair like you / except when she was sleeping, / and then she'd weave it on a loom / of smoke and gold and breathing./
No puedo adivinar de donde viene la música, tal vez mi iPod todavía tiene batería y lo tengo prendido en mis oídos, o de alguna automóvil de los estacionados o de alguna ventana, sigue cantando, pero no con la misma fuerza camino y la voz se hace más lejana, y mi iPod está guardado en la mochila, no es de mi que sale esa canción. Puede ser que sólo sea un recuerdo, que nada perturbe ese silencio. Ya no tengo miedo, muchas veces caminé por la avenida Callao entre cadáveres. Hoy al algunos menos, los perros salvajes comen vorazmente y con este sol deben estar durmiendo en algún estacionamiento fresquito de por allí.
No puedo llevar la cuenta pero creo que todavía no ha pasado el verano, desde que el último sismo dejó a la ciudad sin electricidad ni agua, deben haber pasado tres o cuatro meses. Primero fueron los saqueos y la gente que no quería abandonar esa ciudad muerta. Luego simplemente el éxodo. Sigo aquí porque no sé dónde más ir. Vivo en el supermercado chino de mi barrio, atrincherado entre latas de comida y ratas que vienen por lo que queda. Las armas que llevo las tomé de algunas casas, de cadáveres de policías, pero todavía no las he usado, no he tenido necesidad de matar a nadie, salgo a las calles cuando más nadie lo hace, en las peores condiciones. Desde el sismo, el sol quema diez veces más, no alcanza la ropa para protegerse. El casco de motociclista me impide ver en todos los ángulos con rapidez, pero no me atrevo a quitármelo, todavía tengo la mejilla izquierda en carne viva, por el sol.
Estaba en el subte, de traje, subiendo las escaleras mecánicas cuando sucedió. Mucha gente quedó atrapada en esos túneles, por un instante miraba el puño de mi camisa saliendo de la manga de mi traje gris, como si con eso pudiera de dejar ver a la gente destrozada, atrapada entre los escombros. Ese puño de camisa jamás fue tan blanco, brillaba como la luz de un faro, y me bastó para seguir caminando hacia la superficie, casi tranquilo, casi ausente a todo lo que pasaba, los gritos estaban acolchados, como si los lamentos llegaran a mi de detrás de un cortinado pesado. En el escenario del terror, me veía caminando hacia la calle pero, de repente, estaba sentado en una butaca mirando todo como en el teatro, como si sólo se tratar de una película. Sin mirar, con mi mano derecha ayudé a levantarse a una chica que sangraba de la cabeza y la arrastré conmigo afuera.
Ya en la vereda tampoco podía apartar la mirada del puño de la camisa, era tan blanco.
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