sábado, 20 de febrero de 2010

FRAGMENTOS – CIX

FRAGMENTOS – CIX

Camino en el arroyo cruzándolo por las piedras, una a una las voy midiendo, tratando de saber su me soportarán o caeré al agua, una a una son como estrellas que van marcando un camino, no sé si valdrá la pena llegar a la otra orilla, pero sí sé que debo hacerlo, debo alcanzar el otro margen porque mi camino no0 puede detenerse. No importa a dónde ir sino ir, caminar, trepar, correr, saltar, enfrentar obstáculos, si bien la meta es un lugar concreto, no importa tanto llegar a él como hacer mi camino.

Una maraña de setos y espinillos me espera del otro lado, pero sé que no me dañarán, entre ellos encontraré algo bueno para mí, tal vez unas dulces grosellas, unas moras jugosas, o alguna flor de las que empiezan a salir entre tanta oscuridad y tinieblas. Junto agua del arroyo, y la bebo, es fresca, cristalina, también el agua empieza a ser limpia y agradable, no más turbia, no más revuelta. Algunos peces, pequeños aún, empiezan a moverse corriente arriba, la vida va desarrollándose de nuevo.

Es un día de campo para mí, comí tomates de una planta y ahora tengo el postre de estas grosellas del matorral, a la vera del agua, festejo la vida y refuerzo mi fe en el mañana con tanta naturaleza, con tanta belleza. Hace días que no tengo pesadillas, de todas maneras sigo pensando que todo es un sueño, pero debo confiar en seguir mi rol en este juego, si todo responde al Universo, mi papel en él, por humilde que sea, tan bien debe responder a sus designios.

Huelo un agradable sahumerio de la India, un Nag Champa, el mismo que aprendía tomar por el olor de Dios, el aroma de lo divino, de lo trascendente, sé que es mi imaginación o un regalo del Cielo, en medio de la nada no creo que sea posible encontrarme con ese amado perfume. Pero sí, lo sigo oliendo, casi en puntillas me dirijo hacia donde creo que viene la fuente de ese aroma, y a los pocos metros encuentro una pequeña construcción redonda, como si sólo pudiera albergar a dos o tres personas a la vez y, dentro, un santuario con flores, imágenes sagradas de varias religiones y creencias, y un sahumerio a medio andar. La casita es un lugar de meditación, decorado con austeridad y buen gusto, y con sólo entrar en ella ya se vive un clima de paz y armonía extremadamente agradable. Hace meses que no me encuentro en un ambiente tan maravilloso. Sin dudarlo, me siento en posición de loto, y hago mis oraciones, las mismas que me han acompañado día tras día, con renovada devoción.

No ha pasado mucho desde que he sentido una presencia en el lugar, lejos de sobresaltarme o ponerme en guardia hacia ella, me levanto delicadamente y dándome vuelta me enfrento a ella. Es un hombre algo mayor que yo, con barba y pelo largo de color blanco, viste unos pantalones y camisa blanca y, apenas, un liviano abrigo del mismo tono. Si mirada me hace acordar al sol poniéndose, con la calidez del día pasado y la esperanza de un mañana mejor, lo saludo, con una pequeña reverencia que él me devuelve y nos sentamos frente a frente a charlar.

Me cuenta que vive en comunidad muy cerca de allí, que tienen ese lugar especial para la meditación y la introspección de cada uno, que soy bienvenido y que reciba sus bendiciones. Por un momento me siento en casa, como si hubiese arribado en mi hogar de niño, en la calidez de los afectos y la protección de los mayores. Todos en ese lugar son felices, no temen por el mañana ni reprochan los malos momentos que nos trajeron las catástrofes pasadas.

Vivo una semana completa con ellos, como, comparto en trabajo diario y las charlas, y bebo de la luz de cada ellos de manera que puedo seguir mi camino sabiendo que no todo está perdido y ya prenden los retoños de un nuevo mundo.

Llevo en mi cuello un pequeña cruz tallada que me colgaron los amigos en recuerdo de mi paso por su comunidad, les dejo mis bendiciones y buenos deseos, y les hago un mapa de dónde se encuentra mi refugio por que necesitan moverse más al oeste. Ya lejos del lugar todavía siento sus abrazos de despedida como un poncho calentito que cubre mi alma. Siento el amor, siento el Universo, y sé que hay esperanza en el mundo. Doy gracias.

miércoles, 17 de febrero de 2010

FRAGMENTOS – XXX

FRAGMENTOS – XXX

Es muy difícil moverse, hacer algo, cualquier cosa, cuando alguien está en coma. Este estado lo vivo como una celda, como un chaleco de fuerza poderoso que me aplasta contra la cama y me inmoviliza. También me impide hablar o comunicarme de manera alguna, ni siquiera puedo abrir mis ojos. A veces, sólo a veces, logro abrirlos un milímetro y espiar a través de esa pequeña rendija, pero nadie lo advierte, ya nadie está pendiente de mí.

Sufro una parálisis y mi cuerpo no responde. Sólo mi mente se encuentra despierta y activa las veinticuatro horas del día, como si ni siquiera necesitara dormir, de hecho sólo recuerdo pequeños cabeceos, como micro sueños de segundos o minutos, no más de eso.

También se me mezclan los sueños con la realidad, al tener una vida “real” tan limitada, vivo en fantasías, en pensamiento y ráfagas de hechos que ya no sé distinguir si son parte de un sueño o los he inventado. Mi vida entera ha sido un invento, como si cada cosa mala que me ha sucedido, la he ignorado inventándome otra versión de las cosas, como si se pudiera borrar la realidad cubriéndola con una pantalla de ilusiones que proyecto sólo lo que queremos.

Esa ilusión me ha costado caro, no he podido seguir la línea recta de la verdadera vida, con sus tropiezos y obstáculos, me fue más fácil eludirlos, cambiando la realidad por una fantasía.

Yo mismo me he puesto en coma, como tratando de cerrar los ojos y obligarme a vivir en sueños, como si tratar de esconderme en una oscura cueva y escaparme de la luz. También me he metido preso, haciendo todo lo que podía para llegar hasta allí. También me he enfermado hasta casi la muerte, produciéndome a mí mismo el suficiente daño para escapar por la vía del suicidio. Buscando a unos y otros, no me hallé, buscando vivir con los demás, me fui aislando, construyendo la soledad más infinita, aquella que sólo se parece a la muerte misma.

No puedo dormir, no puedo moverme, no puedo alcanzar los brazos de mis seres amados, no puedo hacer reír a nadie, no puedo hacer gozar a nadie, estoy en la inmovilidad de la muerte y, lo peor es que yo mismo me he puesto en esa posición.

No encuentro la salida a pesar que yo mismo cerré las puertas y eché las llaves al río, una salida que era una puerta hacia algo nuevo y mejor, pero en cuanto la crucé me vi atrapado en el mismo ciego callejón al que tantas veces había arribado. ¿También esto lo habré soñado o será un lapsus de coherencia donde descubro que sigo escribiendo torcido en reglones derechos? ¿Habré hecho de mí mismo el triste personaje que sólo sabe sufrir, que sólo sabe perder?

Es de noche, una vez más veo fugarse la luz del sol de la ventana de mi habitación del hospital. Ahora esa venta se convierte en un opaco y pequeño ventanal, alto e inaccesible, propio de una celda y hasta las paredes van cambiando. Las veo grises, sucias, o a ratos acolchadas como si estuviese loco y en ese manicomio no me dejaran lastimarme a gusto. Tengo muchos golpes encima, más en el alma que el cuerpo, y los peores daños me los he infringido yo mismo. ¿Cómo se hace para madurar, para dejar de ser el miso y repetido personaje que camina en círculos, en una noria a la que él mismo se ato?

No sé qué será de mí mañana, tal vez vuelva al camino o siga en una celda, tal vez siga en coma o me encuentren colgado de un árbol, pero sea lo que sea, quisiera que fuera real.

lunes, 15 de febrero de 2010

FRAGMENTOS – XIX

FRAGMENTOS – XIX

Voy en un globo aerostático, muy alto, tal vez sobre los Andes, o un macizo importantes de montañas. Allí abajo veo signos construidos en medio de sembradíos, como si fuesen mensajes para el Cielo, no sé si extraterrestres o humanos los han hecho pero me llaman la atención. Son indescifrables, por lo menos para mí, pero entiendo que no han sido puestos en vano. En todas épocas existieron mensajes claros, firmemente dejados para ser interpretados, y si llegaron hasta nuestros días es porque también nos compite descifrarlos, entender el mensaje y responder a su desafío.

Me encuentro en una cueva, la ilumino con una antorcha y gracias a ella veo los dibujos en las paredes, grabados que el hombre ha hecho hace miles de años. Siempre existieron las señales y solamente debemos entender su mensaje para poder seguir adelante. No logro saber qué significan.

Paso mis manos por un templo de piedra en plena Inglaterra, desde el siglo I que se escribieron signos en sus paredes y las imágenes también llevan su mensaje.

Me hundo en una gran biblioteca leyendo profecías, mensajes sagrados, visiones, y en todos se ve claramente hacia dónde va el mundo, no hace falta entrar en los detalles, un nuevo mundo surgirá pronto reemplazando al que conocemos. No sé qué hacer, a quién hablar o si es correcto tratar de difundir lo que entiendo como la verdad ¿tal vez no lo sea? ¿tal vez sólo sea una ilusión, una forma de mi propia angustia que se corre hacia la imagen apocalíptica, como sintiéndose seguro en el peor escenario, como imaginándome un fin del mundo por no poder imaginarme un nuevo amanecer en mi propia vida.

¡Será el suicidio la salida? ¿podré eludir lo que pase si simplemente me desentiendo de lo que creo que va a suceder? Todavía no estoy lo suficientemente loco o cuerdo, para tomar una decisión de esa índole, prefiero quedarme, luchar, abrirme camino en medio de escombros y ruinas, en vez de atravesar el paso de la muerte. No será fácil, muerte, guerras, cataclismos, significarán una desgracia como jamás vivió la humanidad. Pero quiero estar aquí, muy dentro mío siento que por algo llegué hasta aquí, que no puede ser en vano que haya vivido para ver este final, que algo podré hacer.

Creo en un universo caótico y armónico a la vez, y creo que el planeta solamente se sacudirá para tomar lugar en el nuevo rol que le corresponde en ese cosmos. Siempre existieron la luz y la oscuridad, y es hora de volver a tomar partido por uno u otro lado. Combatiré del lado de la luz, pase lo que pase, con la conciencia de hacer lo correcto, de vivir o morir por lo que realmente vale la pena.

Sigo soñando ¿o estaré en coma, tirado en una cama, delirando? No lo sé, pero tampoco importa, sea cuál sea el escenario del momento, ya he tomado partido por el bando en el que lucharé.

domingo, 14 de febrero de 2010

FRAGMENTOS – VIII

FRAGMENTOS – VIII

Cuántas veces he hecho el esfuerzo de creer en alguna persona que sabía que me iba a defraudar, y me defraudó. No era para mí sencillo predicar en favor de la solidaridad y el amor al prójimo, mi inocencia o mi falta de criterio, de una candidez impropia de un adulto, me dieron muchas pruebas de todo lo que me equivocaba, pero ahora, en el fin del mundo tal como lo conocimos, en el umbral de un nuevo mundo ya pronto a venir, sabía que debía afinar mi ingenio, porque el único camino para atravesar esa puerta era el amor, a los otros a los prójimos-próximos y a los no tan próximos.

Camino por una calle llena de gente, personas preocupadas por las cuentas pagar o por comprarse un nuevo televisor de plasma, preocupadas por el qué dirán o por quedar bien con todo el mundo. Estas personas no tienen conciencia de que todo eso desaparecerá en un instante, cuando la primera catástrofe sobrepase la capacidad limitada de superarla, ya no habrá electricidad, ni televisión, ni internet, ni trabajos, ni cines, ni shoppings, ni nada. Todo acabará como empezó, y empezará como ya empezó en otros tiempos de la humanidad… el hombre despojado de todo, confiado solamente en su astucia, sus instintos, y la fuerza de sus piernas y brazos. Ya no habrá tarjetas magnéticas que nos digan quiénes somos, cuánto ganamos o qué bienes poseemos, solamente nuestro apretón de manos, nuestra mirada franca nos podrán dar el crédito entre hombres, en un mundo nuevo.

De poco valdrán los títulos académicos o nobiliarios, las cuentas corrientes o el status social, solamente el hombre comerá de lo que coseche con sus manos y podrá formar alianzas en base a su lealtad e integridad personal. Ya no más referencias bancarias, ni fraudes escondidos en antecedentes fabricados. Seremos lo que ven en nosotros, cada día, a cada hora, sin hipocresías, con nuestras lágrimas y penas, con nuestras alegrías y anhelos.

Los hombres estaremos desnudos antes los ojos del otro, nada podrá fingirse ni taparse con dinero, y al no existir la hipocresía, no tendremos más remedio que confiar en el otro, apoyarnos en el otro, tal como debió ser siempre. Cuando más nos apartamos de los demás, más fácil nos resultó ignorarlos, si cruzábamos a un mendigo o cambiábamos de vereda o el dábamos una moneda sin mirarlo siquiera. Cuando alguien perdía su trabajo o su casa, era más fácil quitarlo de la agenda que preocuparse por su futuro.

Pronto, todos estaremos en igualdad de condiciones, no habrá electricidad para usar nuestros teléfonos, ni combustible para nuestros autos, de a pie, todos seremos iguales, quien no trabaje no comerá, quien no ayude no será ayudado.

Ya llega el cambio, este mundo depredado por el hombre, se sacudirá a gran parte de nosotros, y los que queden deberán aprender la lección y caminar de la mano, unos con otros. Seremos, por fin, hermanos o no seremos nada.

sábado, 13 de febrero de 2010

FRAGMENTOS – XII

FRAGMENTOS – XII

Las catástrofes en todo el planeta se siguen produciendo día a día, nosotros los argentinos seguimos pensando que a nosotros nunca nos pasará. Siempre ha sido así, esa mezcla de superioridad injustificada y necedad, nos hace ponernos al margen de casi todo lo que pasa. Recuerdo las profecías del artista plástico Solari Parravicini, cuando anunciaba que lo que iba a pasar en el mundo, primero iba a suceder en Argentina, y así fue como los corralitos bancarios precedieron a la caída de las hipotecas y al colapso financiero de todo el mundo. Ahora, tal vez, sea hora de los cataclismos. No pasa una semana en que no haya un sismo, pequeño o grande, en algún lugar del país. Pero seguimos mirando para otro lado, todas las advertencias están ante nuestra vista, todas las alarmas están prendidas, pero nadie las escucha.

Si pudiéramos tomar conciencia del fin del mundo, tal como lo conocemos, podríamos ir pensando cómo construir el nuevo mundo, el que irremediablemente estará presente en cualquier momento. Su pudiéramos poner todos nuestros conocimientos, nuestros brazos, nuestros corazones, al servicio de esa nueva humanidad que será solidaria o no será nada, podríamos lograrlo.

Recuerdo las películas que hablaban de las inundaciones, de las nevadas eternas, del cambio de eje de los polos magnéticos, de tsunamis y volcanes, y de éxodos y hambrunas, y tampoco nada de eso logró captar la atención de los hombres. Muy pocos, tal vez los que más acceso tenían a información clasificada, fueron tomando sus recaudos. No fue casualidad la compra de campos en la Patagonia por millonarios de todo el planeta. No fue casualidad los estudios sobre los acuíferos y las zonas de cultivo que aseguraban la comida. Más vale una semilla, que un dólar, pero seguiremos prendidos a él, sin ver la realidad, hasta que nos los tengamos que comer.

Decenas de profecías existen en la historia de la humanidad. Nostradamus, el Calendario Maya, los relatos de los indios Hopi, y todas estuvieron allí a nuestra disposición, sin que existiera un plan global para enfrentarnos a esa realidad. Es muy probable que los que más sabían hayan decidido mantener en la ignorancia a las grandes mayorías, para todo9s no habría salvación, ni agua, ni comida, ni futuro. El egoísmo, propio de los gobernantes, fue el reflejo de esta teoría de secretos y mentiras, y también colaboró para ocultar la verdad.

Benjamín Solari Parravicini, escribió hace muchos años: “Caminante! Una tarde será tu partida en un abril... dijo el poeta, y fue tu mente la que le tomó un día diciendo: partiré en un abril de melancólico otoñado... fue una tarde que leíste, y desde ese entonces aguardas, ¡Oh! ¡No! Caminante: aún no es la hora, ni será tu abril - Tal vez en un mañana inesperado llegue tu abril, mas no en el instante en que tu misión es álgida y necesaria al hermano amigo, a los que te rodean, a los que a ti lleguen, a los que ciegos van - Entrega nuestra luz que llevas de nuestra mano, entrégala y serás.” Sin duda alguna la única forma de salvarse es salvando a otros, solidaridad y altruismo antes que individualismo y egoísmo. Amor, sobre todas las cosas.

En mundo construido por la competencia, la rivalidad y la violencia, no fue fácil acertar el camino hacia el nuevo mundo, pero, ya llegó, ya está aquí. Y yo parado en medio de la ciudad, percibo como ésta también caerá, como esta ilusión del falso progreso, camuflará la catástrofe misma que la destruirá.

viernes, 12 de febrero de 2010

FRAGMENTOS – CXVI

FRAGMENTOS – CXVI

Encontré la sala de emergencias bastante bien, habíamos construido un quirófano, y teníamos un salón con cuatro camas y dos consultorios. El equipo de rayos equis era portátil, pensado tanto para sacar una radiografía pequeña, como de la dentadura, como hacerla funcionar en áreas mayores. Junto a la biblioteca, la imprenta y los talleres, eran toda la tecnología que nos podíamos permitir. La Colonia, debía proveer servicio médico a quien llegara, pero no teníamos médico, aún no. Siempre pensé en reclutar a alguien, pero era muy difícil hablar del apocalipsis y resultar creíble, cuando de tanto escuchar sobre catástrofes ya nadie creía en ellas. Muchas de nuestras habilidades curativas se reducían al conocimiento de medicina natural, manejo de hierbas curativas y prácticas de prevención, pero sabíamos que eso no bastaba.

No pudimos hacerlo mejor. Fue mucho el dinero y esfuerzo que costó montar la Colonia, y más cuando nadie creía que era necesaria. Ahora, los que a ella habían llegado estimaban sus bondades como estimaban su vida misma, sabían que sin ella no vivirían mucho más; y los que no habían llegado, pero tenían conocimiento de ella, debían estar viniendo hacia aquí, como un barco averiado que busca desesperadamente el puerto seguro.

Cuando se vino sabiendo de los primeros sismos, se logró trasladar la ferretería que teníamos en el pueblo, a la Colonia. Ahora teníamos herramientas de sobra, pero no sabíamos qué pasaría en el futuro. También contábamos con una rudimentaria farmacia, pero no era lo suficientemente vasta para que durara para siempre. Había muchas cosas que no logramos terminar, muchas cosas que nos faltaban de esas primeras listas que hicimos cuando empezamos a soñar en fundar este refugio, pero estaba en pie, y con el tiempo se iría mejorando, como se mejora todo lo que se amasa con amor.

La Colonia funcionaba, a mi llegada, con algo menos de treinta personas, pero estaba proyectada para poder albergar a doscientas. Estimábamos que los amigos y familiares que todavía no habían llegado, serían unos cuarenta, pero teníamos que abrirla todo aquél que quiera refugiarse y vivir entre hombres, como hombres.

La ira de los primeros días no se apagaría fácilmente, seguirían las bandas de asesinos, saqueadores y muchos se aprovecharían de los débiles, pero nosotros habíamos vivido para construir una nueva sociedad, la Colonia, era la muestra de ello.

Junto a la imprenta teníamos un aula pequeña, como de treinta plazas, que serviría de escuela y entrenamiento para los niños y los adultos que se formarían en el nuevo modo de vida. Para las reuniones mayores contábamos con una gran salón, un enorme galpón que se podía transformar rápidamente en dormitorio colectivo o en lo que hiciera falta.

No era poco lo que habíamos hecho para fundar la Colonia, muchos habíamos vendido todo lo que teníamos, otros ayudaron con sus brazos a construir cada uno de los módulos del lugar. Lo que empezó con un sueño de dos personas, se convirtió en la esperanza de muchos, y todos pusieron lo suyo para hacerlo posible. No era un sueño, era toda una realidad.

FRAGMENTOS – XCIV

FRAGMENTOS – XCIV


El sol se está atenuando, sus rayos ya no lastiman, si bien son muy fuertes, creo que los podría comparar a cómo eran antes de los sismos. Ayer me encontré con dos familias que iban en una gran casa rodante auto portante y que escuchaban la radio todo el tiempo, me dijeron que los sismos han seguido y que en Oceanía y parte de Asia hay tsunamis y la gente abandona las orillas del mar. También me hablaron de erupciones en muchos volcanes, pero todavía nada serio en América del Sur. Seguramente, el océano Pacífico será el más propenso a traer maremotos y los Andes sufrirán movimientos telúricos, tal vez los volcanes de Chile den qué hablar.

Cuando el sol no está en lo alto, me animo a quitarme el casco y parte de las ropas, es reconfortante sentirlo como una caricia y no como un soplete de acetileno que quiere abrirse paso hacia mis entrañas. Los animales escaparon rápidamente de las ciudades, y hasta en el campo era infrecuente verlos, pero ahora, tímidamente, empieza a hacerse ver. Ayer me crucé con varias liebres y hasta vi un par de zorros colorados entrando a un bosque. Tal vez, de alguna manera, las cosas se están equilibrando. Siempre pienso en las profecías, en todo lo que decían de este apocalipsis y del rol de Argentina, como refugio de la humanidad. Puede ser que por ello, tengamos un período de paz y podamos darnos tiempo de reconstruir nuestras ciudades y salvar a lo que queda del pueblo.

Cuando uno ve a las hordas de asesinos, saquear pueblos y matar a los peregrinos, se hace difícil pensar que esto mejorará, que tendremos tiempo y espacio para recuperar la civilidad y podremos volver armónicamente en sociedad. Pero de nada vale no pensarlo, no desearlo, no trabajar para que ello sea posible. De otra manera nada tendrá sentido.

El planeta se ha sacudido de forma tal de desprenderse de cientos de miles o millones de personas, pero los que queden deberán vivir en un mundo diferente, armónico con la Tierra, sino volverá a sacudirse la parte enferma de la humanidad una y otra vez, hasta curarse del virus en que nos convertimos para ella.

Imagino una nueva sociedad creada a través del respeto mutuo, la cooperación y el cuidado del planeta, y serán nuestros nietos los que lo logren, en nosotros sólo cabe la tarea de darles las herramientas para que puedan llevarlo a cabo y protegerlos para que no cometan los mismos errores que hemos hecho y que han hecho las generaciones pasadas.

Las industrias han desaparecido, no ha red eléctrica que las alimente y muy poco de las cosas positivas que han hecho podrán volver a fabricarse, por lo menos en el corto plazo. Pero hay mucha chatarra, mucha basura tecnológica que podemos reutilizar.

Lo primero será lograr cultivar nuestros alimentos, luego vendrá todo lo demás.

Otros tres zorros cruzan la ruta como a cien metros delante de mí, creo que la esperanza va con ellos, que como ellos deberemos volver a confiar en nuestros instintos y preservarnos del mal. Y ese mal, o la mayor parte de él, somos nosotros.

Tal vez, este soñando o solamente viviendo una pesadilla, pero no logro despertarme. Seguiré en pie, caminando hacia mi refugio, con la fe de las batallas imposibles.

jueves, 11 de febrero de 2010

FRAGMENTOS – CXVI

A poco de andar me alcanza los jóvenes que salvé en shopping de aquél pueblo, Vienen en una camioneta doble cabina, repleta de cosas, esa misma imagen debe haber despertado la codicia de los asaltantes. Me preguntan hacia dónde voy y me ofrecen llevarme algunos kilómetros con ellos, acepto.

Pienso en todos los que deben estar en camino hacia una nueva vida, muchos como yo, están en la ruta de un nuevo amanecer o una muerte. Pienso en esta pareja y su futuro, me imagino que alcanzarán llegar al sitio donde los espera su familia, y si mañana tendrán el tiempo y las ganas de formar su propia familia. Son jóvenes, sus rostros muestran el terror por lo que han pasado y eso los ha madurado. Aprovecho el tiempo para darle consejos sobre su seguridad, si bien tenían armas con ellos, les di parte de lo que les quité a sus captores, como para reforzar sus posibilidades. Están a trescientos kilómetros del campo donde piensan refugiarse, u a sesenta del desvío donde deberé abandonarlos para seguir mi camino.

En plena ruta, vemos un puente donde hay una barricada, paramos a un costado y, subido sobre el techo de la camioneta, miro con mis binoculares la emboscada. Son seis o siete personas, armados, con cara de desesperación. No sé cómo tomar otro camino y creo que la mejor opción será enfrentarlos. Sigo por la banquina a pie, con mi mejor escopeta en las manos, y dos botellas de cócteles molotov, cuando logre arrojárselas, esa será la señal para que mis amigos pasen con su vehículo a toda velocidad, la valla.

La primera bomba lograr encender el tractor que tiene cruzado en la ruta, la segunda, se desparrama un poco detrás del grupo, encendiendo el pavimento mismo. Disparo, sin ánimo de acertarle a persona humana y las personas huyen hacia el terraplén de la derecha, casi pasan frente a mí, pero no me ven, aterrorizados, siguen corriendo. Alcanzo a los jóvenes unos metros después de la barricada y seguimos nuestro camino. Es bueno no haber matado a nadie, tal vez éste sea un día mejor.

En un bosque, acampamos, tratando de no transitar en la noche, seguramente habría otras emboscadas y no eran tiempos de desafiar nuestra suerte. Comimos, charlamos, reímos, y hasta tomamos un buen café, calentado con la electricidad del vehículo. Debo hacerme de una camioneta, estaría mucho mejor si no sigo caminando y tengo un refugio donde guarecerme. Llevo demasiada carga para mis espaldas, dos mochilas, son algo que no podré mantener a fuerza de mis piernas. El shopping me ha provisto de muchas cosas, baterías, abrigos, cremas para el cuerpo, y hasta una edición de El Quijote, que prometo leer en mis momentos de soledad.

Mis libros más amados deben estar a buen resguardo en mi refugio. Ese campo, es mi meca, la posibilidad de una nueva vida, en un nuevo mundo, en un planeta que ya nunca más será lo que era.

Herida, la Tierra, nos devuelve en cataclismos, siglos de maltrato. Los hombres, seguimos siendo depredadores. Pienso en los hombres que he matado, en sus familias, pero en lo que más pienso es en mi familia, en mis seres amados, y en mi encuentro con ellos. Seguramente lo lograré, no es un sueño, es una promesa a la vida, la fe en Dios, en los hombres, en mí.

FRAGMENTOS – XCV

Estoy en una ciudad bastante grande, llego a una especie de supermercado o shopping, y el saqueo ha hecho su labor, poco o nada queda y de lo que hay la mayoría está roto. Duermo debajo de un mostrador, abrigado, con varias mantas sobre mí, y despierto de improviso, un fuerte ruido me dio el sobresalto suficiente para abandonar mis dulces sueños. A poco más de veinte metros tres hombres armados charlan a los gritos, discutiendo las estrategias para sobrevivir y lograrlo asesinando a quien se ponga en su camino. Va a ser difícil abandonar el lugar sin que adviertan mi presencia.

Reptando, abandono el sector y me acerco a un sitio de vendían artículos de limpieza. Tomo de mi mochila una pistola calibre 22 que tiene el caño descubierto, y fabrico un silenciador con un cartucho de talco, rellenándolo con virulana, meto en él el caño y lo aseguro como puedo con una cinta adhesiva. Sé que si le disparo a algunos de los hombres, estaría dándole la advertencia a los demás. No sé si son sólo esos tres que llegué a ver.

Sigo de rodillas, escudándome entre mostradores y exhibidores caídos. Al cabo de media hora, me sitúo a metros de la escalera del segundo piso, donde me encuentro, y debo tomar la decisión de bajar o permanecer en el lugar. Oscurece. Escucho conversaciones en la planta baja.

Me asomo por el barandal y veo como tienen a una pareja de jóvenes atados y en el piso, golpeándolos. Sin advertirlo engancho un perchero con mi pierna y lo hago caer, atrayendo la atención del grupo. Dos de ellos, suben las escaleras, uno hasta el primer piso y el otro, directamente, hacia donde me encuentro. Retrocedo, entro en un sitio de venta de ropa y me siento en el piso de un vestidor, espero. El hombre que me busca, hace demasiado ruido, siempre tengo idea de dónde está, y así comprendo que viene hacia mí. Estoy cubierto por una montaña de ropa, apenad dejo al descubierto mis ojos, y algo más abajo, el tubo de cartón que esconde mi pistola.

Abre las puertas y se queda mirándome, sin verme. Más o menos la bala le entra en el esternón y cae de rodillas, sobre mí. Lo aparto, tomos sus armas, y me dirijo hacia la escalera. Siento como el hombre del primer piso, sube las escaleras. Por poco quedo a su merced. Me agacho y logro mimetizarme entre un montón de cajas. Pasa junto a mí y antes de que lo advierta, me paro detrás suyo y le meto una bala en su nuca. Cae pesadamente. Reviso sus ropas, los despojo del arma y de algunas otras cosas, y pienso cómo llegar a la planta baja.

Disfrazado con el gran abrigo del primer muerto, bajo las escaleras directamente hacia el hombre que retiene a la pareja. Llevo una gran caja frente a mí para que no pueda ver mi rostro, debajo, mi pistola, con un silenciador que ya no resiste mucho más, quemado por los dos disparos, apenas se mantiene en el caño de mi arma.

Cuando estoy a tres pasos de él, lo encañono con el arma y él sólo atina a apuntar su escopeta a la cabeza de la joven que tiene a sus pies. Me amenaza, me ordena que baje mi arma, que va a matar a los dos rehenes. Veo sus ojos vidriosos y advierto que se ha dado un festín de alcohol. Lo dejo hablar, y le panto una bala de la frente. Como en cámara lenta cae sobre los jóvenes al tiempo que su escopeta se dispara hacia cualquier lado. Los muchachos, aterrados, me dan las gracias y quedan libres para ir donde quieran. Me voy, los dejo, pensando qué hacer. Fue toda una pesadilla. Nunca había tenido tanto miedo. Tiemblo, y camino hacia mi destino, con mayor decisión.

miércoles, 10 de febrero de 2010

FRAGMENTOS – CXII

FRAGMENTOS – CXII

Llegué a “La Colonia” y no quise traspasar sus límites de noche. Habiendo amanecido, me puse en camino de la casa principal, y a pocos metros, me quité el casco y traté que vieran mi rostro. Desde la torre principal, una voz, me hizo detener, no la reconocí, quizás era una de mis nueras a las que había tratado poco. A los pocos minutos, se abrió la puerta blindada del frente y todos vinieron a darme la bienvenida. Hijos, hijas, nietos, nietas, amigos, hasta una familia entera que habían sido mis empleados en el lugar, me abrazaron con la euforia que se le brinda a un náufrago rescatado cuando casi se habían perdido las esperanzas.

Como nunca gocé de un baño profundo, una ducha, y hasta un baño de inmersión, de ropa limpia y, anticipando la comida común del mediodía, gocé de los olores de un menú especial que se estaba cocinando en mi honor. La charla no paraba, preguntas y preguntas y preguntas, taladraron mi cabeza y mi paciencia, pero con el amor que les debía, contesté todas y cada una de ellas. También recibí información que no tenía, mensajes obtenidos en la guardia de radio que mantenía día y noche, y de las cosas que se habían vivido en las cercanías.

El pueblo cercano, como casi todos, no había respondido a la crisis con la altura y humanidad que se requería, saqueos, peleas entre vecinos y hasta asesinatos por un vehículo en el que huir, habían marcado los primeros días.

En la tarde, fuimos hasta el monasterio que se encontraba montaña arriba, y logramos cambiar noticias con los monjes y hermanas que allí vivían, y también algunos víveres. Mi familia siempre había mantenido esa comunicación y mucho había servido para ello, el haberles proveído electricidad de nuestras turbinas eólicas. Rezamos en grupo, y nos abrazamos como si nunca nos volviéramos a ver. Era mejor así, ya nadie sabía qué nos traería el nuevo día.

Todavía faltaban amigos por llegar, pensamos en los que no lo lograrían, en los que caerían por el camino, y en los que debieron venir desde hace mucho tiempo atrás. Yo mismo, que siempre había planeado estar aquí, pasé mis últimos meses en plena ciudad, casi como si hubiese pensado que algo podía hacer en medio de ese caos. Muchos de los crímenes que presencié, no fueron relevados a los demás, entendiendo que no sumaban nada a la angustia que ya tenían.

La rutina diaria se centraba en inspeccionar los lugares blindados, la chacra y su plantío, la provisión de agua y de electricidad. Los talleres ya estaban funcionando, de allí saldrían nuevas defensas, y la construcción de casas a medida que fueran necesarias.

No teníamos caballos, hubiera sido demasiado trabajo alimentarlos y defenderlos de los depredadores, pero sí vehículos a motor, mucho combustible acumulado y algunos eléctricos. Manteníamos las radios abiertas y contestábamos cada mensaje que recibiéramos, por más que no pudiéramos ni siquiera imaginar de dónde provenían.

Nuestra biblioteca, de papel, era uno de los máximos tesoros que supimos formar. De allí salió el material para educar a los chicos, las recetas para hacer velas o curas heridas, y la esperanza de conservar para una próxima generación, de lo mejor que el hombre había hecho en toda su historia.

Ese había sido un sueño. Ahora era una realidad, “La Colonia” estaba en marcha, como un oasis en medio de un desierto de desesperanzas. ¿Estaría soñando?

FRAGMENTOS – CXXV

FRAGMENTOS – CXXV

Era un galpón, trabajamos mucho para cerrarlo lo suficiente para no dejar entrar emanaciones o gases tóxicos y, a la vez, pode mantener una corriente de aire que pudiera permitir respirar. Pusimos unos ochenta colchones en el piso, de la forma más limpia posible, y una gran caja de cartón con tapa, en la cabecera de cada uno de ellos. Nos parecía importante que la gente pudiera conservar sus objetos personales, sus cosas íntimas, por eso pensamos en esta mesa de luz de cartón.

Si bien no llenamos los ochenta colchones en un solo día, la primera ola de gente, nueve familias, ya eran 24 personas, entre mayores y chicos. No fue fácil convencerlos que lo nuestro no era asesinarlos, robarlos o tomarlos por esclavos. Hablamos con ellos desde la caída del sol del día anterior hasta bien entrada la mañana del día de hoy. Muchos de ellos se rindieron a nuestros argumentos, no porque logramos convencerlos sino porque ya no aguantaban más tanta angustia. Tal vez, pensaban que de todos modos los íbamos a matar pero igual prefirieron deponer sus armas.

Cuando todos se bañaron y cambiaron sus harapos por ropa limpia que les dimos, pudimos organizar un desayuno-almuerzo, y seguimos explicándoles de qué se trataba nuestro lugar.

Por años, soñamos con tener un refugio para la época de las catástrofes, muchos de nosotros crecimos con la amenaza de una guerra nuclear inminente, y desde allí fuimos madurando la idea del refugio. Lo más complicado sería la convivencia, restablecer una solidaridad entre gente absolutamente desconocida, que había vivido en una sociedad que daba la espalda a la solidaridad.

Cuando llegue a encontrarme con mi familia, ya hace tres meses, no podía creer que había logrado llegar a nuestra finca en la montaña. Los que ya estaban allí habían hecho los deberes como correspondía y las alacenas, los talleres, todo estaba como debía ser. Por años habíamos guardado comida, armas, combustible, pensando en estos tiempos. La energía eólica y solar, el agua potable, la comida, todo había sido previsto para ser autosuficientes. Si bien pensamos en cuidarnos nosotros mismos, la familia y los amigos que sabían del lugar, también éramos conscientes que recibiríamos mucha gente que ambularía sin saber dónde ir.

Ya para la noche la mayoría estaba distendida y sabía de nuestras buenas intenciones. Repartimos tareas para todos los mayores y entre el grupo, ganamos dos carpinteros, un herrero y una enfermera. La colonia crecía, los niños tenían con quien estudiar, los ancianos tenían a quien cuidar y todos sabíamos que solos no podríamos subsistir, estábamos recreando las primeras aldeas de la antigüedad, nos reuníamos para defendernos de los demás, para sobrevivir.

No estaba soñando, había podido ver con mis ojos lo que tanto había soñado, lo que había construido gracias a la gente que confió en mi visión. Dios no nos había abandonado, una nueva humanidad, se podía construir desde la solidaridad,

martes, 9 de febrero de 2010

FRAGMENTOS - LXI

FRAGMENTO - LXI

Me encontré unos anteojos para sol nuevos, grandes, especiales para cubrir mis ojos y parte de mi cara, las viejas gafas ya estaban rotas y poco cubrían. El sol, después de los sismos, ya no fue el mismo, se intensificó de una manera geométrica. Vivo arropado con una y diez capas de ropa, cubriendo todo mi piel, nada expuesto, y así y todo, sigo descubriéndome quemaduras en cuanto me desnudo y exploro mi cuerpo.

También la falta de agua tiene que ver con ese calor imposible, la tierra se cuartea, y los pozos se secan. El agua es unos de los bienes más preciados en estos tiempos, la atesoro como a mi vida misma, sin ella no podría vivir otro día. La comida es un problema pero hay muchos lugares abandonas, si bien las latas van a llegar a su vencimiento en pocos meses, todavía se puede conseguir bastantes. No me atrevo a comer cosas frescas, arrancarlas de los árboles y muchas de ellas están calcinadas. No sé su algo habrá cambiado, a veces pienso que sería bueno tener un perro que me despierte ante el peligro o pruebe nueva comida en mi lugar.

Poco puedo dormir, el miedo me tensa de una manera que las pocas horas que paso tendido en algún rincón, me cobran el dolor de huesos y músculos al despertar. Me pica la cara, no logro acostumbrarme a la barba, pero no puedo volver a afeitarme, a penas logro bañarme o lavarme, sin pensar en el derroche de agua.

Cambié tres, cuatro veces de vehículo, lo mejor fue una motocicleta de gran cilindrada que apenas hacia ruido, pero la perdí en una emboscada que me hicieron en una ruta que parecía desierta. No recuerdo qué pasó exactamente, pero de repente me encontré tirado en la cuneta con el caño de escape de la moto quemándome la pierna. Pasó un rato entre que me saqué la moto de encima y apareció el primer atacante, seguro que estaban esperando en la oscuridad cuál sería mi reacción antes de lanzarse sobre mí.

El disparo de la escopeta le dio en pleno pecho y saltó hacia atrás desapareciendo como un títere al que le habían jalado de las cuerdas. Luego de eso sentí un rumos, una charla de varios, al otro lado de la ruta y decidí arrastrarme por la cuneta, y abandonar el lugar sin tener que volver a enfrentarme a alguien más.

Me refugié en una alcantarilla que no estaba a más de medio kilómetro del lugar del ataque, y antes del amanecer empecé a caminar guardando las precauciones del caso. Recién al anochecer llegué a una estación de servicio abandonada y pude pasar la noche bajo techo.

La llegada de un vehículo me despertó, a penas pude ocultarme cuando alguien entró al lugar. Era un hombre, ni joven ni viejo, sucio, mal vestido, con un viejo revolver en su mano, que avanzaba temblando, fue un segundo lo que costó apuntarle la escopeta en la cabeza y desarmarlo, no sé por qué no le disparé, tal, con el rabo del ojo ya había logrado ver los tres niños y la mujer que lo aguardaban en el camión en que habían llegado.

Nunca me arrepentiré de respetar una vida, aunque cada vez se hace más difícil lograr hablar con alguien antes de que a uno le disparen. Los Fernández, huían hacia el oeste, tratando de buscar un camino que los llevara lejos, a la finca de sus tíos en Mendoza. Viajé con ellos por dos días, y cuando encontré un nuevo vehículo, me despedí.

Fue bueno compartir un tiempo con otros seres humanos, aunque también tuve el sentimiento de que no eran mis seres queridos, a quienes tal vez jamás volvería a ver. Me duermo. ¿Habré soñado?

FRAGMENTOS - XLIX

FRAGMENTOS – XLIX

Es un día hermoso, estoy acostado en el parque, sin importarme la gente que pasa o que juega en las inmediaciones. Como si fuera un opic.nic improvisado, comí un par de sándwiches y me bebí una cantimplora de agua fresca hasta la última gota, pocas veces siento tanto placer como cuando puedo leer un buen libro a la media sombra de un parque. Me ayuda a rememorar momentos muy íntimos compartidos en plazas y lugares verdes con mi recordada amada, tomando mate y compartiendo en silencio un momento de naturaleza, rompiendo la tediosa rutina de cemento de la gran ciudad.

A pocas cuadras está mi casa, con un cansino caminar llego a ella, y prolongo la tarde de ocio, tirándome en el sillón más grande, para terminar de leer ese libro que tanta atención me requirió. Aún conservo el pacífico abanico de las ramas de los árboles y el perfume de mil flores. En un tenue sudor, llevo la huella del sol y del viento. Hoy no estoy soñando, vivo esto como un pequeño recreo entre pesares y pesadillas.

Árboles con hojas color naranja, son el paisaje perfecto, amo los bosques hasta su máxima expresión o, si no hay más remedio en su mínima expresión, en un solo árbol, ya que en él veo la majestuosidad de la naturaleza y, al abrazarlo, su savia se confunde con mi sangre y su espíritu con mi alma.

No estoy soñando, no siento que mi cuerpo se halle atrapado en una cama de hospital o en una oscura celda, me siento libre, viviendo una realidad absoluta y un cálido momento. ¿O sí? Tal vez sea un sueño, pero no quiero despertar, el placer de las pequeñas cosas, cuando son perfectas, son la alegría máxima de mi día.

Despierto en una cueva, si hay alguna alimaña en la oscuridad, mi presencia basta para que no se anime a atacarme o siquiera a acercárseme. Huelo a humo, como si una hoguera habría mitigado el frío y las tinieblas del lugar. Hurgo en mis bolsillos y encuentro fósforos, junto algunas ramas secas que me llevo por delante, y prendo mi fogata. Al iluminarse el lugar, veo dibujos en las paredes, dibujos casi infantiles, de árboles de casas con sus chimeneas encendidas, de soles, de mares, como si una clase entera de niños hubiesen descripto su vacaciones en es pizarrón de tierra.

Hay ropas tiradas, bolsos desechos y alguna zapatilla rota abandonada, seguramente ese refugio ha sido el hogar de varias familias. Percibo en el ambiente el olor del miedo, esa mezcla de orines y sudores, que tanto se huele en cada espacio en el que transito. ¿Dónde estarán esos niños, sus padres, sus sueños, sus esperanzas?

¿Dónde estaré mañana? Será una cama de un hospital mi nuevo refugio o seguiré tomando sol en el parque. No lo sé, no sé si sueño, si estoy en coma, si me encuentro en una cárcel o en un manicomio. O todo a la vez.

lunes, 8 de febrero de 2010

FRAGMENTOS - LXXVII

FRAGMENTOS – LXXVII

Me recuerdo paralizado, como si una cara fuera mi ataúd en vida, me recuerdo tieso, mudo, ciego, atrapado en cuerpo que siento ajeno pero que sé que es el mío. Todos dicen que estoy en coma, que no puedo sentir nada de nada, se mueven a mí alrededor con lástima, con impotencia, y con esa indiferencia que se suma a lo que no se puede remediar. No sé si retiraron mi cuerpo de un derrumbe o de un accidente, lo trajeron aquí, como para darle un lugar en un mundo que ya no lo siente, pero estoy en él, siento, a pesar de todo, siento y estoy consciente en un cuerpo inconsciente.

Dicen que nadie viene a verme, que ella no resistiría verme así, que aquél amigo o aquél otro estuvieron en el primer instante y ya no regresaron. Nadie sabe lo bien que me haría un abrazo, el tacto de una mano amiga, la sonrisa de un ser amado. Ahora dependo de extraños, de nuevas personas que sientan por mí lástima en lugar de cariño. La falta de cariño es la peor de las llagas, la soledad del corazón, despojado del amor de otros, es la peor de todas las heridas y no cicatriza. Sigue abierta esperando que el tiempo la cauterice o el milagro de un beso enamorado la sane.

A veces me encuentro fumando un puro al borde del río, como si me permitiera una escapada, no sé si realmente estoy allí, o sigo tieso en la cama del hospital. A veces soy el polizón en una fiesta, comparto la mesa, el baile y las risas con gente que no conozco y cree conocerme, pero no sé, tal vez sea sólo un sueño y siga en la cama del hospital.

Todos mi viajes, fuera de mi cuerpo, mis sueños son buscando el amor perdido, buscando esa alma gemela que perdía, como quien pierde el agua fresca entre sus dedos sin poder hacer lo más mínimo para retenerla.

Esta parálisis del cuerpo quizás sea la impotencia para lograr el amor completo, siempre me resultó más fácil sufrir que gozar, me eran más conocidas las lágrimas que los orgasmos, las frustraciones que los éxitos. Treinta mil personas me rodean, estoy en un estadio, en medio del griterío fanático de los hinchas de fútbol de vaya saber qué equipo. Siento la oscilación de3l cemento debajo de mis pies, el latido de un estadio que se hace un ser vivo, desproporcionado, gigante, por el grito y el baile de una multitud, pero sólo recuerdo la cama de hospital y algo me lleva de nuevo a ella. Escapo a la multitud y vuelvo a la celda de mi cuerpo en coma.

Los extraños que me rodeaban en el estadio, los que compartieron la mesa y el alcohol en las fiestas en que me colé, la dulce enfermera que me cuida, todos son ajenos a mi alma, mi corazón sólo clama por ella, por mi amada, lejana, inaccesible.

Estoy en coma, no sólo del cuerpo, mi corazón deja de latir, si no logra latir al ritmo del de ella.

FRAGMENTOS - LXX

FRAGMENTOS – LXX

A penas se puede respirar, hay en el aire una mezcla de azufre o amoníaco que es insoportable de resistir. Me muevo por los escombros hacia una tenue luz que aparece a lo lejos. Este último alud seguramente a sepultado a las viviendas bajo el lodo. Me duele el pecho, pero resisto en la esperanza de volver a la superficie, las piernas están lastimadas, débiles, pero aún responden, retiro un cadáver que me impedía seguir hacia la luz, y alcanzo lo que es un ventiluz a la altura de la acera. Alcanzo la calle.

Casi no hay gente. Los pocos sobrevivientes han huido del lugar buscando un sitio más seguro. El cerro sobre la ciudad empujó casas y personas hacia el mar, ese lugar paradisíaco se convirtió en la tumba de todo un pueblo. Recuerdo el baile y la alegría de la noche anterior, el olor de los plátanos fritos y la frescura de la cerveza helada, ya no hay mujeres voluptuosas, ni cuerpos bronceados que admirar, solo personas enterradas en vida.

Despierto en una cama limpia y enorme, una camarera de impecable uniforme me trae el desayuno y lo dispone en una mesita blanca en el balcón. A penas vestido con una salida de baño, me siento a disfrutar la belleza del parque que hay enfrente del hotel, el café me despierta y las crujientes tostadas me traen el placer de estar vivo. ¿Y el alud? ¿Lo habré soñado? Vuelvo a la habitación y de repente todo se mueve un sismo ataca, con la misma precisión homicida que aquél alud olvidado. Con las pocas ropas que logré vestirme llego al parque y me junto con cientos de personas que abandonaron sus lugares de trabajo para ponerse a salvo. En un diario que encuentro en un banco, junto a mí, leo que en Oceanía hubo otro tsunami, todo se está cayendo.

¿Habré soñado el alud, el sismo, el tsunami? O sólo es el mundo que se sacude y me alcanza en cada lado. ¿Dónde estoy, en Brasil, en Argentina, en Francia o en el Caribe? E n cada instante vivo la premura del planeta para sacudirse a quienes lo dañaron.

A penas respiro, la habitación está cerrada, puerta y ventana, casi no hay aire, y el calor se hace agobio. No sé si despertar, que habrá allí afuera, qué será peor que seguir en la cama, en el sopor de un sueño.

La foto de ella, está encima de la mesa de luz, apenas entreabro mis ojos para verla, como si quisiera que también ella fuera un sueño. Su sonrisa la llevo entre mis ojos, siempre, entiendo su amor como si Dios me hubiera enviado un lugar donde atar el globo de mi fantasía, para que no siga volando y se queme al llegar al sol.

Su amor es real. No sé dónde está, qué hace, si piensa en mí o me ha olvidado, pero me mantiene enamorado. La amo, casi sin tener en cuenta si ella me ama o no. No es importante saberlo, no puedo llegar a ella, miles de kilómetros y lagrimas me separan de ella, vivo casi en otro planeta, no puedo llegar a sus brazos, ni abrazarla. ¿Habré muerto? Estaré soñando con algo que ya no existe, ¿el amor puede trascender la muerte? No lo sé. El planeta se sacude, estoy en una playa y veo una ola gigante que envuelve a todos y todo, giro en medio del agua y muero, ahogado en esa ola que no termina de caer, giro, giro, mis ojos se resisten a ver la muerte de frente, pero he muerto, como tantas veces, ¿o estaré soñando?

FRAGMENTOS - IX

FRAGMENTOS – IX

No creo. Todo lo que me pasa es solamente un sueño, un incoherente sueño. Estoy en coma, siento la boca reseca y un dolor sobre el lado izquierdo, debe ser la cánula por la que recibo aire, la habitación está en penumbras.

Hay un olor típico de hospital, mezclado con ese olor a sopa recalentada. Cada cosa que vivo no la vivo, es mentira, es sólo un ensueño, no sé si recibo drogas o anestésicos, pero hay algo que me impide percibir la realidad. Cuando sueño vivo, creo que es real porque es la única vida que tengo, no hay otra forma de comunicarme con nadie ni con nada, sino en sueños.

¿En qué año estaré? ¿Dónde estoy? ni siquiera recuerdo haber llegado al hospital, ni por qué. Nadie viene a visitarme, estoy solo, a veces ni siquiera veo a la enfermera que viene a moverme un poco. Y ella debe pensar, siempre, que no la veo, me trata como a un gran muñeco que debe rotar su posición en la cama, a veces siento placer cuando me lavan con unas grandes gasas mojadas y me acaricia en cada pasada. Siento una especie de cariño por ella, es la única persona que veo con regularidad, jamás una palabra, jamás nada, ella no sabe que puedo verla, sentirla, coy un vegetal, y mis gritos quedan ahogados en mi garganta casi como si nunca hubiese aprendido a hablar.

Siento la fragilidad de mi cuerpo, el poco peso, lo poco que de él queda echado en esa cama. Cuando sueño no soy así, puedo acariciar mis músculos y sentir la fuerza en mis brazos y piernas, corro, lloro, hago el amor o como con satisfacción como su pudiese hacerlo de verdad. Tal vez no sueñe, sino que invente fantasías que me permitan pensar que todavía vale la pena vivir.

A veces me despiertan las sirenas de las ambulancias o el silbato de un tren que, a lo lejos, me hace soñar con viajes y bienvenidas. El techo está pintado de blanco, una mancha de humedad, pequeña, tiene el contorno de África y en ella me concentro antes de quedar dormido. Estoy en África, limpio las moscas de los oídos de un chiquito desnutrido y trato de darle de comer en pequeños bocados, una mezcla de puré fortificado que no sabe cómo tragar. El dolor de todo el continente africano, desde este niño, se hace un grito que debería aterrar al mundo entero, pero no, el mundo no hace caso a este lamento, ve a un niño como éste unos segundos en un televisor y hasta se apena por ello, pero sigue enviando mensajes en su teléfono o tomando su batido de frutas.

Mucho del dolor no es ajeno, porque simplemente no queremos que nos toque, no lo soportamos y es preferible mirar hacia otro lado. El dolor de un chico, de un anciano comiendo en la basura, de una familia muerta bajo los escombros de su propia casa, todo ese dolor cada día es más obvio, más cercado, y es todo un esfuerzo escapar a él. Todos miramos para otro lado, sólo unos pocos se detienen y dan, y no se trata de dinero, a veces una simple caricia, una sonrisa, salva una vida.

La sonrisa de la enfermera, a este cuerpo en coma, es el sol de cada amanecer, cuando no viene tengo un día nublado, triste, peor que los demás.

Estoy en coma. Tal vez no, tal vez estoy soñando, que estoy soñando mientras estoy en coma, o ¿habré muerto? O estoy a punto de volver a un cuerpo y renacer, a veces pienso que estoy fuera de un cuerpo, que soy solamente un espíritu que espía el mundo.

Estoy en coma, o no.

domingo, 7 de febrero de 2010

FRAGMENTOS – CV

FRAGMENTOS – CV

Camino en medio de la nada, he logrado bastante combustible para llenar un bidón y trataré de alimentar el vehículo que me apropié, estoy cansado de caminar, Buenos Aires, debe estar como a cinco días de marcha. Los primeros kilómetros, repletos de cadáveres, fueron los peores, ahora es casi todo campo, a veces, sólo a veces algunas jaurías de perros logran despertar mi atención, sino es todo soledad. La gente de estos lados también se fue.

Sueño que estoy en una casa en la montaña, con cortinas blancas, limpias, que se mecen con una suave brisa, con olor a café recién hecho y a pan tostado, con aroma de naranjas y manos de mujer acariciándome el pelo, sueño que nunca pasó lo que pasó, que todos viven que el mundo es lo que era, pero tengo la sensación constante que si me despierto volveré a vivir la desolación.

Logro encender a camioneta y me atrevo a subirla a la ruta, los cárteles indicadores parecen una broma macabra, ya que nada significan, tal vez al llegar a uno de los destinos enunciados nada sea como debería ser, tal vez no haya lugar de paz, gente viva, alegría en el aire. Pero sigo en la ruta, a veces los perros corren tras las ruedas como si quieran devorarme con hierros y todo lo que me envuelve. La cabina de la camioneta es un lugar seguro pero no sé que nuevos peligros pueden existir. Todavía tiemblo al recordar esa turba de gente matando a muchos por un poco de comida, todavía huelo la sangre fresca de los recién abatidos, secándose al sol entre escombros y autos en llamas.

Cerca de la ruta, quizás a doscientos metros, se ve una luz, como de velas o faroles dentro de una casa, no me animo a detenerme, a visitar ese lugar que puede ser el refugio soñado pero también una trampa. No he visto hordas antropófagas, pero me las imagino, sobre todo en las grandes ciudades, donde siempre se ha tratado de devorar al prójimo, ahora eso debe haberse convertido en literal. A veces me despiertos sintiendo que me clavan dientes en mi carne, he vuelto a sentir miedo por los perros, todos, los más cándidamente llamados domésticos se ha convertido en salvajes por sobrevivir. Se ven jaurías de treinta o cuarenta, e incluso a veces comiéndose unos a otros.

Estoy en pie, voy en el subte con mi traje favorito, sobretodo y portafolio en la mano, salgo a la calle y todo es perfecto, los autos brillan como si fueran parte de una parque de diversiones, la gente se sonríe al cruzarse, todos se saludan con todos, la vida es perfecta, el amor se percibe en el aire. Sé que estoy soñando y aprieto los ojos fuerte fuerte, porque no quiero despertarme, no otra vez. Por Dios.


FRAGMENTOS - XLIV

FRAGMENTOS – XLIV

La celda tiene un filtración de agua, estoy mojado, casi cinco centímetros de altura tiene la inundación del lugar, el colchón es una asquerosa esponja que apenas me sirve para no estar totalmente empapado. Todavía me duelen las muñecas por las esposas y el viaje tan largo que hice con ellas. No he podido comer, una mezcla de asco y rencor me impidió aceptar la comida que me ofrecieron los policías.

La humillación sufrida es mayor al dolor mismo. Mi alma está dolida, no importa las heridas del cuerpo. Cuando uno es apresado lo primero que pierde es así mismo, como si pasara a ser un número, un paquete archivado en algún lugar oscuro del que pronto todos se olvidarían.

No existe consuelo para el preso, con la libertad se pierde el sentido de la vida y hay que construir un nuevo mundo desde la nada. Mentirnos, reconvertirnos, volvernos un nuevo personaje en esa nueva obra de teatro, con una máscara tan fuerte que sea capaz de ocultar el dolor para que los otros no huelan el miedo, y no nos devoren.

No hay nadie fuerte dentro de una prisión, solamente lágrimas contenidas, y ese insoportable olor a orines, miedo y adrenalina. Todo es pegajoso, desagradable, no hay pared o reja que no transpire ese mismo olor de cárcel, todo está contaminado con la misma tensión, el aire es irrespirable, los ojos se mueven de un lado para otro esperando el ataque o el desprecio.

Allí estoy, detrás de una y cien rejas, como un ladrillo en la pared, aferrado a un destino de quietud en un muro que me contiene a fuerza de golpes y humillaciones. No todos los golpes los recibe el cuerpo, los peores, los más crueles sólo se reciben con el alma. No puedo quitarme las cadenas por más que me sacuda, cada esfuerzo es inútil y hace que las esposas se aprieten aún más. Me molesta ese extraño que no puedo quitarme de al lado, esa obligada compañía con gente que jamás vi, con quienes no elegí compartir la vida y mucho menos ese infierno. No hay privacidad, ni siquiera un rincón seguro para llorar sin disimulos.

Me despierto y todo lo que soñé ya no me sirve, por hermoso que haya sido se desvanece por esa realidad de rejas y muros. Tal vez sea el sueño el único momento de libertad, aprieto mis ojos quiero volver a dormirme, pero esa cumbia que suena muy fuerte en todo el pabellón, me dice que será imposible, que tendré que tensar mis músculos y pelear otro día en la jungla tratando de no ser devorado.

Otro día, no sé si podré soportarlo, otro día se hace una hazaña simplemente tratar de imaginarse que termine bien. Prefiero el sueño, a veces justifico toda esa droga que hay a mi alrededor, tal vez los sabios son los que logran escaparse de la realidad drogándose, tal vez los que mueren son los únicos capaces de lograr la libertad, pero aquí estoy, lúcido, con la espalda contra la pared, preparado para sobrevivir otro día, tal vez, tal vez, tal vez lo logre.

FRAGMENTOS - XXI

FRAGMENTOS – XXI

No sé por qué no puedo ver a nadie, la calle está desierta y sin embargo percibo que hay persona a mí alrededor como si sólo sus almas transitaran por ellas, como hálitos, como alientos que pasan sin rozarse, las vibraciones de cada uno me llegan, algunos sonríen, otros se sienten indiferentes, preocupados, distantes a la hora de cruzarse conmigo. Es un día hermoso y allá lejos, en la plaza veo una hermosa madre jugando con su hijo pequeño, allí están, en alma y cuerpo. No debe tener más de treinta años y su hijo tres o cuatro. Sus risas no dejan que las hojas de los árboles toque la tierra sin que se den vuelta para mirarlos en su alegría.

Recuerdo mis días de niño, de la mano con mi madre, por la calle, agitados por la premura de un trámite a realizar o un mandado de último momento. Recuerdo el olor de su comida, la melodía de su charla enredada en sonrisas, sus ganas de vivir y su empeño por cuidarme. Como esa joven de la plaza, mi madre fue la alegría de un ser que elegí como puerta para venir a este mundo. Un día se fue, pero la siento presente, como sólo puede sentirse presente la nave madre que nos depositó en este planeta o el barco que no llevó hasta esa playa. Como si todavía podría tomarlo, volver atrás, irme, con sólo alcanzarla. Desde su muerte, siempre me pareció que me esperaba, que ella estaría allí para recibirme.

La chica de la plaza tiene a su hijo en brazos, lo llena de besos, lo aprieta con la fuerza de una ternura inmensa. Varias palomas vuelan a su alrededor, casi como bailando en la misa frecuencia de su alegría, casi como acompañando casa giro del trompo en que se ha convertido para danzar con su niño.

Hay olor a garrapiñada, a manzanitas acarameladas, a algodones de azúcar, un barquillero hace sonar su flauta y empieza a aparecer la gente, como si esas almas volvieran a su cuerpo. Toda la plaza se llenó de gente y por un instante todos son felices. La alegría de una sola madre con su hijo, trajo todo esto. Ellos despertaron a los indiferentes, a los apurados, y ahora todos son felices.

Yo también. Lloro de alegría, de pensar en esa calesita cerca de mi casa, donde mi madre me llevaba. De cuando me curaba las rodillas lastimadas después de las caídas, o de cuando me ayudaba a guardar la bicicleta cuando ya, agotado de tanto jugar, no podía con ella.

El brillo de un alma me roza, tal vez sea mi madre, el olor de su comida me llega mi profundamente, como si quiera corporizarse con él, trayéndome el cuerpo amado de mi madre hasta mis brazos. Ese perfume de mis días pasados, mezcla de salsas y risas, son el brillo de esa alma que ahora me envuelve confundiendo su brillo con el mío. Por un instante supe que todas las almas siguen aquí.

No estoy muerto, creo que los demás me ven y que vivo en este momento en este planeta, pero no lo sé, quizás sea otra alma buscando mezclarme con los seres amados de todos los tiempos.

Estoy dormido, me despierto y entiendo que todo fue un sueño, pero no, solamente fue un cabeceo de siesta en el banco de una plaza, entre las sombras de los árboles queme acunaron por un segundo, allí siguen la joven señora y su hijo. Tengo esperanzas, la vida es hermosa. Hoy.


FRAGMENTOS - XCII

FRAGMENTOS – XCII

Suena Leonard Cohen cantando “Winter Lady” … She used to wear her hair like you / except when she was sleeping, / and then she'd weave it on a loom / of smoke and gold and breathing./

No puedo adivinar de donde viene la música, tal vez mi iPod todavía tiene batería y lo tengo prendido en mis oídos, o de alguna automóvil de los estacionados o de alguna ventana, sigue cantando, pero no con la misma fuerza camino y la voz se hace más lejana, y mi iPod está guardado en la mochila, no es de mi que sale esa canción. Puede ser que sólo sea un recuerdo, que nada perturbe ese silencio. Ya no tengo miedo, muchas veces caminé por la avenida Callao entre cadáveres. Hoy al algunos menos, los perros salvajes comen vorazmente y con este sol deben estar durmiendo en algún estacionamiento fresquito de por allí.

No puedo llevar la cuenta pero creo que todavía no ha pasado el verano, desde que el último sismo dejó a la ciudad sin electricidad ni agua, deben haber pasado tres o cuatro meses. Primero fueron los saqueos y la gente que no quería abandonar esa ciudad muerta. Luego simplemente el éxodo. Sigo aquí porque no sé dónde más ir. Vivo en el supermercado chino de mi barrio, atrincherado entre latas de comida y ratas que vienen por lo que queda. Las armas que llevo las tomé de algunas casas, de cadáveres de policías, pero todavía no las he usado, no he tenido necesidad de matar a nadie, salgo a las calles cuando más nadie lo hace, en las peores condiciones. Desde el sismo, el sol quema diez veces más, no alcanza la ropa para protegerse. El casco de motociclista me impide ver en todos los ángulos con rapidez, pero no me atrevo a quitármelo, todavía tengo la mejilla izquierda en carne viva, por el sol.

Estaba en el subte, de traje, subiendo las escaleras mecánicas cuando sucedió. Mucha gente quedó atrapada en esos túneles, por un instante miraba el puño de mi camisa saliendo de la manga de mi traje gris, como si con eso pudiera de dejar ver a la gente destrozada, atrapada entre los escombros. Ese puño de camisa jamás fue tan blanco, brillaba como la luz de un faro, y me bastó para seguir caminando hacia la superficie, casi tranquilo, casi ausente a todo lo que pasaba, los gritos estaban acolchados, como si los lamentos llegaran a mi de detrás de un cortinado pesado. En el escenario del terror, me veía caminando hacia la calle pero, de repente, estaba sentado en una butaca mirando todo como en el teatro, como si sólo se tratar de una película. Sin mirar, con mi mano derecha ayudé a levantarse a una chica que sangraba de la cabeza y la arrastré conmigo afuera.

Ya en la vereda tampoco podía apartar la mirada del puño de la camisa, era tan blanco.

Me senté en una plaza al lado de un hombre casi desnudo que había salido de un quinto piso de su edificio ahora en ruinas. Lloré, y con cada lágrima fui tomando conciencia que ya nunca sería lo mismo.

Agua quiero agua y ya nadie sabe de dónde conseguirla.

Escucho mi iPod, hoy tuve un día tranquilo, casi pude cerrar todos los huecos donde entraban las ratas, sigo comiendo esta comida de lata. Me siento como dentro de una lata, cada lata que abro, en ella me hallo, como si el amanecer fuese simplemente la luz que entra cuando la lata se abre.

Tengo que conseguir el mp3 de Leonard Cohen y escuchar Suzanne, tal vez tenga buenos recuerdos, otra vez.

Now Suzanne takes your hand/And she leads you to the river/ She is wearing rags and feathers/ From Salvation Army counters/ And the sun pours down like honey/ On our lady of the harbor/ And she shows you where to look/ Among the garbage and the flowers/There are heroes in the seaweed/ There are children in the morning/They are leaning out for love/ And they will lean that way forever/ While Suzanne holds the mirror/And you want to travel with her/ And you want to travel blind/ And you know that you can trust her/For she's touched your perfect body with her mind./

sábado, 6 de febrero de 2010

COSAS DE CHICOS - 001

CASA TÍA

Todo empezó en un local de Casa Tía. Tendría cuatro o cinco años, estaba parado frente a un mostrador lleno de pequeños, muy pequeños juguetes de plástico. Aviones, automóviles, locomotoras, barcos a vela, muy pero muy pequeños. Quizás extasiado por el universo de pequeños juguetes, no anticipé el esquive de mi madre entre dos señoras cargadas de bolsas que le pasaron una y otra a su lado. Tampoco pude entender porqué mi madre seguía camino sola extasiada por una oferta de repasadores con estampados de cacería del zorro al estilo inglés, ya que solamente habíamos cazado, juntos, una rata, no muy grande, en el patio de casa, mientras yo indicaba el escondite que ésta pretendía alcanzar y mi madre le atinaba uno y otro y otro escobazo. No tenía mucha lógica perder un hijo al ir en busca de repasadores victorianos que no harían juego con nuestra proletaria vajilla de Rigopal color cremita, que no vestía la mesa y enfriaba las comidas por su insulso estilo.

Así fue, de pronto me encontraba caminando de la mano de una señora parecida a mi madre, con un vestido batón de flores del mismo diseño que ella usaba esa tarde, y pensando que era ella, allí arriba, lejos de mi mirada cercana al suelo de sólo cuatro o cinco años.

Tomamos un colectivo, y mi cara quedó escondida entre una maraña de paquetes y paquetes que esta mujer levaba revoleándolos para abrirse paso intentando no perder el ómnibus que nos llevaría a “casa”. Así, solamente me enteré que no era mi madre cuando acertó a ganar a empujones un asiento de pasillo y me sentó de un tirón en su falda como si estuvieran intentando que montara un elefante desde un trampolín de circo. Fue todo estupor, me miraba dándose cuenta que se había equivocado de hijo y yo la miraba como si debajo de su cara, tal vez una máscara, estuviese aún la de mi madre verdadera.

Todo sucedió muy rápido, el colectivo trató de atravesar en paso a nivel mientras la barrera ya estaba bajando, la locomotora impactó contra la última parte del ómnibus, éste dio un giro y como un trompo empezó a dar vueltas por la avenida golpeando contra todo lo que se le animara a acercarse. Paró, por fin paró, mi “madre” estaba azul, de un índigo oscuro más violeta que azul, como si le apretara el corpiño con un torniquete de alambre y las tetas le estuvieran comprimiendo la garganta. Azul, así la describió el chofer, los demás pasajeros y hasta el camillero de la ambulancia que llegó primero que el médico junto a ella. Yacía en el piso del micro, casi vida, sus ojos me miraban, miraban a los demás como tratando de explicar algo que ni ella ni yo habíamos tenido tiempo de digerir del todo, antes que nos chocara el tren.

Entre las ropas de la moribunda encontraron una libreta cívica que decía que su domicilio era en el pueblo de al lado, a unos sesenta quilómetros de allí. Y ahí fui a parar, mientras trataba de explicar que esa señora no era mi madre y escuchar que todos, más o menos todos, decían refiriéndose a mí “pobrecito, la vio tan mal que no quiere reconocer que ella era su madre”, “claro nadie quiere tener una madre azul, todos las preferimos rosaditas ¿no?”

Llegué a Indio Sediento, así se llamaba ese pueblo, a la misma hora en que el esposo de mi “mamita”, se mandaba a mudar con la mujer del panadero de la otra cuadra. Habían venido al pueblo hacía un mes, y ella jamás supo que sólo era para que su “querido” se volviese a encontrar con la primera novia que tuvo. Casi nadie los conocía, apenas habían hecho tiempo para conocer a dos o tres personas y ninguno los recordaba del todo. Por supuesto tampoco nadie me conocía, pero todos coincidían en que yo era el pobrecito hijito de la señora Justina y el desgraciado ese que se mandó a mudar con la putarraca de la Rosita.

La casa era de mi “mamá”, ella la había heredado de unos tíos y por eso convino con el adúltero de mi “viejo” en venirse a Indio Sediento. Un medio hermano del tío de “mamita” se hizo cargo inmediatamente de mí, para poder tomar posesión de la casa y allí estaba yo… tratando de acordarme de qué color era la auto bomba de plástico de Casa Tía, y si mi mamá llevaba medias marrones o negras la última vez que la vi.

Albertito del Parque

RAMIREZ CONTADOR PUBLICO NACIONAL - 001

EL BUEN PASAR

Es maravilloso pensar lo bien que nos llevamos, ahora más que nunca. Realmente es como haber llegado a un valle de tu mano, a un valle de paz, con ruido a agua cayendo de las piedras, con olor a tierra mojada y a flores rompiendo en colores nuevos.

Hace mucho pero mucho tiempo que no estábamos tan bien, tan tiernamente el uno en el otro, tan como debe ser, sin reproches, sin peleas, sin terceros provocando nuestras discusiones, sin golpes de puertas, sin rencores.

Parece que hasta la luz del cuarto, de este living que tantas lágrimas ha conocido, fuese más pura, más claramente luz, como si fuese el testigo de una nueva era, de una etapa de paz, de comprensión de cariño sin celos, ni desvelos.

Se te ve divina, con la cara relajada, con tus sienes plateadas por los años como coronando tus años y resaltando todo lo afable de tu mirada, se te ve plena, bien parada en tus pies, segura, con proyectos de futuro a raudales y una vitalidad para afrontar lo que venga que jamás había descubierto en vos.

Por mi parte, creo que las arrugas no me pesan, que las canas no logran tapar esa fuerza interior que hoy siento como nunca, creo que ambos estamos en buena forma, listos para vivir de la mejor manera el resto de nuestras vidas.

Todo es paz y armonía, todo es futuro y ganas, ya lejos quedaron las peleas, los gritos, los celos,. los berrinches, y tenemos el ánimo intacto, la voluntad renovada para seguir adelante.

Qué maravilla, después de tantos años, hemos logrado lo que siempre quisimos... gracias a Dios que nos separamos.

Ernesto Ramirez

SAVIA DEL ALMA - PALABRAS SABIAS

“No me molestan los actos malos de la gente mala.

Me molesta la indiferencia de la gente buena”

Martín Luther King

FRAGMENTOS - I

FRAGMENTOS - I

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Como saliendo de un estado en coma, debía aprender a hablar nuevamente. Las palabras no seguían un orden, sino que respondían a una música de fondo, como si los sonidos tuvieron un significado de por sí, a pesar de la incoherencia del idioma empleado. Su cabeza era un volcán ya erupcionado, un lago de fuego apagándose, como si lo peor habría pasado pero aún faltaba el reposo de la vuelta a la normalidad.

Dudas triviales se mezclaban con grandes pensamientos y fórmulas matemáticas de alta complejidad, más que una confusión era la sensación primera de un renacer, donde sabía que tenía piernas pero el caminar era algo sólo a intentar, como si las técnicas debían aprenderse nuevamente, o había que hallar un motivo para hacerlo antes de lanzarse a ello.

Cerraba sus ojos, o los abría, y todo daba igual, los sueños se mezclaban con la realidad, el día con la noche, confusión y sabiduría, estallaban en la aurora de un día que se asemejaba a una noche de fuegos artificiales. Su cuerpo estaba allí, pero no. Tal vez sólo estaba soñando que estaba, tal vez ni siquiera era él quien creía ser, sentado al borde del mar, acostado en la fría cama de hospital o durmiendo en la arena abrasadora del desierto. Todo era intensamente real y brillaba, a la vez, como una ilusión puesta en la pantalla opaca del recuerdo más lejano.

—Flip campo avec catarro verrigern das cálculo die presa. Under calvario, doth casa eine peppe mola abactor xilofón dernier…

No cerraba, no mezclaba ¿y era yo mismo quien vivía esto? ¿si el otro no era más que yo mismo visto desde afuera? ¿si ese que estaba en la cama, era yo visto desde el techo de la habitación… de la celda de la prisión, de la acolchada pieza del manicomio?

Sólo eran fragmentos, de un estado de confusión provocada o prevenida. Fragmentos de un sueño, de un estado de coma, de un anhelo de crear una realidad diferente.